La corriente del tiempo fluye acompasadamente (hora a hora, semana a semana) y he aquí que de pronto de su superficie brota La espuma de los días, la novela corta de Boris Vian, y uno, complaciente, se pone a leerla y sin apenas darse cuenta cómo transita de la alegría juvenil y del chisporroteo fantástico de sus primeras páginas a ese triste final cuyo corolario es la inminente decapitación de un ratón entre los dientes acerados de un gato.
La espuma de los días –título que ya es uno de los aciertos del libro– es una novela paradójica: muchos de sus elementos nos invitan a leerla como una comedia, o como una sátira, pero ello no impide que a la larga se imponga en el lector con toda la capacidad de conmover necesaria la historia trágica de amor que también es.
Los protagonistas son tres parejas de jóvenes cuyos seis miembros están, al mismo tiempo, unidos entre sí por una gran amistad. Una de las parejas, la de Colin y Chloé, conforma una antinomia con otra, la de Chick y Alise: mientras la primera deja todo en un segundo plano por entregarse al máximo a la realización y consumación de su amor, la segunda deja en un segundo plano la realización y consumación de su amor por entregarse al máximo a otra pasión: la pasión intelectual; la pasión, en concreto, por un filósofo (Jean-Sol Partre, un claro trasunto poco menos que bufo de Jean Paul Sartre). La tercera pareja, por su parte, no asume ninguna posición extrema: no “toman en serio” su amor, optan por no vivirlo más allá del nivel de un simple “affaire” o devaneo.
Ahora bien, mientras la pareja Colin-Chloé encarna la dimensión amorosa y romántica de la novela, sin permitir la menor fisura posible por donde pueda colarse la ironía, la pareja opuesta, Chick y Alise, encarna su dimensión cómica y satírica, pues la principal carga cómica y satírica de la obra, que tiene como víctima la figura del filósofo existencialista, se desarrolla en torno a la relación que mantienen con él estos dos jóvenes –cuyo vínculo, por cierto, surge como resultado de la común admiración de ambos por Partre–, si bien al final Alise abdica de ese fervoroso culto, que es entonces asumido en solitario y en un grado irrisoriamente patológico por Chick.
Sin embargo, pese a ser opuestas, las dos parejas y las respectivas clases de relación afectiva que ellas caracterizan terminan igualadas por un hecho común: su desenlace trágico, que presenta en cada caso distintas formas.
En efecto, en el caso de Colin-Chloé, se trata de un tópico de la literatura amorosa: la muerte inesperada, y en plena juventud, de uno de los miembros de la pareja –la mujer, Chloé–, lo que conlleva la ruina emocional y moral del amante sobreviviente, que, sumido por completo en la pena, no hace sino pensar en la amada muerta, visitar a diario su tumba y madurar su suicidio.
En el caso de Chick-Alise, la tragedia emerge del desbordamiento del culto por el filósofo, pues al producirse éste, Chick, por un lado, queda arruinado por gastar su fortuna en la compra de las obras y las reliquias de su ídolo intelectual y, de contera, incumple con sus obligaciones tributarias, lo que a su vez provoca la intervención de la Policía y la muerte violenta del personaje en el desarrollo del incidente con ella; y Alise, por otro lado, toma conciencia de la irracionalidad de tal culto y, como consecuencia de ello, asesina a Partre y a los libreros que suelen venderle sus libros y su memorabilia a Chick, ocasionando además incendios en uno de los cuales ella misma muere. Todo un fin shakespeariano,
dado el nutrido saldo de cadáveres que quedan tirados en la escena.
Por lo demás, La espuma de los días encanta por sus hallazgos fantásticos y por la reiterada presencia de la causalidad mágica, que para Borges es el único camino honrado del arte narrativo.