En las iglesias el coro hace resonar el cántico “Quien cree en ti, Señor, no morirá para siempre”. Se escucha más en esta época de pandemia todavía prolongada, cuando los deudos entierran a sus difuntos, y expresa lo que en el fondo de cada ser humano anida como aspiración de vivir largos años que simbólicamente se convierte en deseo de no desaparecer de la memoria histórica.

No es un versículo que escribió San Juan para quedarse en los labios de los creyentes. En el mundo del poder político, y pese a la desdichada frase de Marx, “la religión es el opio del pueblo”, el afán de perpetuarse en el poder de los humanos es el opio moderno del materialismo político. ¡Qué bien lo retrató García Márquez en El otoño del patriarca, esa novela extrema del ansia de eternidad que desplegó hasta el delirio el dictador venezolano Juan Vicente Gómez, desde los primeros años del siglo XX hasta 1935 cuando la muerte se lo llevó! Juan Vicente Gómez es apenas un caso de los dictadores que se han sucedido en Latinoamérica. Pero con todas las sublimaciones que la historia del arte maquilla, es un antiquísimo sueño, para no decir apetito, que reyes y faraones mantuvieron en sus incontables años de poder mandando a construir tumbas en piedras labradas, sarcófagos de oro, necrópolis gigantescas que han resistido al paso del tiempo a lo largo del Nilo en los desiertos de Egipto.

Las pirámides egipcias son unos de los atractivos turísticos más renombrados, y si no fuera porque la muerte es de verdad la muerte, uno creería que sus faraones se hallan durmiendo dentro. Napoleón Bonaparte, que no era iluso pero sí un soñador de grandezas, lo probó durante la campaña en Egipto cuando durmió una noche dentro de la pirámide de Keops curioso de ver qué pasaba. Hasta ahora nadie ha sabido qué fue lo que vio y sintió allá dentro, pero sus escoltas sí lo vieron salir por la mañana de la pirámide con el rostro pálido y desencajado. No fueron los faraones los únicos que ordenaron que los embalsamaran para no quedar como muertos en sus tumbas sino dormidos mientras regresaban al mundo que vivieron. El inca Garcilaso de la Vega escribió en sus relaciones, siglo XVI, que estando en la casa de una Corregidor del Perú pudo ver cinco cuerpos de gobernantes incas, tres varones y dos hembras perfectamente conservados gracias a que estaban embalsamados según las técnicas empleadas en la época por los incaicos. La arqueología moderna ha descubierto en Argentina cuerpos incas de niños y doncellas embalsamados que parecen no haber muerto.

Las pirámides egipcias que guardan en sus entrañas momias de faraones y las incaicas que conservan cuerpos de reyes entre tejidos que las arropan, revelan para sorpresa nuestra, dada su antigüedad y el estado de resistencia en contra de la marcha corrosiva de los siglos que parecen no hacerles mella, que el sueño de vivir eternamente es el sueño de los creyentes que se expresa en el cántico religioso pero que los más aferrados al aquí y ahora prefieren que los conserven como momias, huesos y carne seca que siguen ahí.