Antes, cuando no existía la Ley Emiliani, que trasladó la mayoría de los días feriados al lunes más próximo, el 12 de octubre era festivo el día que cayera. Este año el doce cayó martes de la semana que pasó pero sin tener mayor resonancia la celebración del descubrimiento de América hace 529 años en la madrugada del 11 al 12 de octubre.

Perdón por decir “descubrimiento”. El término no es bien acogido entre una multitud que cuestiona que Colón haya descubierto algo. Para quedarnos en nuestro hemisferio, hasta el momento se han tumbado en América innumerables monumentos que honraban su memoria. No más aquí en Barranquilla, a quien la colonia italiana residente en la ciudad había regalado en 1892 una estatua suya en mármol, rodó por tierra descabezada por una turba no hace muchos días.

Pero el asunto al que quiero referirme no es al Almirante de la Mar Océana, como le llamaban en su tiempo, sino al significado que debería seguir teniendo en toda Iberoamérica la fecha del 12 de octubre.

En los colegios se aprovechaba la víspera de la festividad para leer los párrafos escritos por fray Bartolomé de las Casas en el Diario del primer viaje donde uno puede revivir los hechos de la llegada de las tres carabelas a las islas de Guanahaní, exaltando la belleza de las tierras por primera vez vistas, se cree, por europeos, como si se estuviera arribando al paraíso terrenal descrito en la Biblia. Valdría la pena volver a leer una vez más esas cortas páginas para comprender que el Caribe nuestro es un territorio paradisíaco a pesar de todo los problemas sociales y políticos que persisten hasta nuestros días. El fraile Las Casas, nombrado después obispo de Chiapas, no se quedó echando alabanzas a Colón, a quien acompañó en el primer viaje. Testigo de los desmanes y atrocidades que los conquistadores  cometieron contra los inocentes indígenas,  emprendió cincuenta años más tarde una denuncia abierta sobre lo que llamó “destrucción de las Indias” que relata con descripciones que estremecen todas las cosas acaecidas con el descubrimiento, dice, que son tan maravillosas pero que  silencian las matanzas y “despoblaciones” que los invasores perpetraron por estas tierras. 

Por lo tanto, no es en nuestra época cuando se está haciendo, por primera vez y con razón, una lectura crítica de los hechos también atroces que tuvieron lugar con la conquista de América. No obstante, Juan Luis Guerra cantó en 2006 en Viña del Mar : “Somos un agujero en medio del mar y el cielo/500 años después./Una raza encendida negra blanca y taína./Pero, ¿quién descubrió a quién?”. Buena pregunta que pone a pensar para no dejarse llevar por la venganza.

Lo que conviene resaltar es también el mestizaje. Por ese motivo, el escritor Ernesto Sábato invita a hablar del “encuentro entre dos mundos” cuando nos referimos al descubrimiento de América. Desde Hernán Cortés, conquistador de México, cuya mujer era indígena, hasta los que llegaron al Río de la Plata, los españoles se mezclaron con indios. Somos herederos afortunados de esa fusión y del idioma.