Los mayores cometimos no pocos errores en el pasado con la educación de los jóvenes, pero reconocerlos no es razón para pensar que todo lo que hacen los jóvenes de ahora es acertado. Una vez, siendo estudiante, iba caminando por un pueblo de Dinamarca. Cuando llegué a la esquina del semáforo, que estaba en verde para los vehículos, vi que no iba ni venía ninguno, y por eso atravesé la avenida sin esperar a que el semáforo de peatones me dejara pasar. El par de amigos daneses que iban conmigo me llamaron la atención por incumplir con la norma de no cruzar sino cuando el semáforo lo permite. “Pero si es domingo y no hay tráfico”, les dije. Ambos me replicaron : “La norma es para cumplirla siempre”. Seguí pensando que exageraban. Pero hoy comprendo mejor que ellos estaban actuando correctamente y yo no.
Si nos educáramos más en cumplir las normas y menos en hacer tantas, tendríamos una mejor convivencia social, y una sociedad menos violenta. Con lo anterior no digo que las normas sean perfectas, pero entiendo que si no lo son hay que buscar la forma legal de mejorarlas o cambiarlas sin irse por las vías de hecho, que son las que hemos visto por largos meses en las protestas de la calle causando graves daños a otros y a sus bienes.
Entre los pueblos más antiguos de Oriente se llegó a la convicción de que tomarse por propia cuenta la justicia conducía a la guerra de todos contra todos. Para frenar esa guerra colectiva, nacieron códigos tan antiguos como los de Hammurabi y más tarde las leyes de Solón en Grecia. No es agradable para la naturaleza someterse a la ley, pero acatarla es garantía para vivir civilizadamente. Freud, el creador del psicoanálisis, en su libro Moisés y el monoteísmo, en el que hace un análisis crítico, pero fundamentado en la investigación histórica, sobre Moisés y la religión, no tiene inconveniente en concluir que los diez mandamientos son un código de la más alta moralidad que transforma la vida de los individuos.
Un ejemplo claro de ese desarrollo individual sucede con los niños que desde temprana edad aprenden a controlar los esfínteres y poco a poco a someterse a las normas que los padres les inculcan. Es una condición ineludible para entrar, por la vía de la familia, a la vida social en la que hay que aprender también a vivir en armonía con los demás. Me he hecho muchas preguntas sobre el futuro de la juventud moderna frente a estos cambios tan abruptos y rápidos que se están produciendo. Y no porque considere que todo pasado fue mejor. Pero el pasado de los que ahora somos adultos mayores fue el futuro de nosotros, y el futuro de los jóvenes de ahora será su pasado.
Todos los adultos fuimos jóvenes y rebeldes, tuvimos 20 años, pero aprendimos a regular comportamientos, más instintivos que racionales al comienzo, en aras de la convivencia social. Sería ingenuo creer que las conductas de los jóvenes en las protestas son plausibles por el solo hecho de que son jóvenes. Que se garantice el derecho a la protesta pacífica, pero que también se garantice el respeto a la ley.