Tener una biblia puede acarrear una pena de prisión o de muerte en Corea del norte, comprobó Roger Benedict, quien valiéndose de una misión diplomática inglesa se infiltró en ese país hasta cerciorarse de que este “es el peor país del mundo para los cristianos”.

Pero no es solo allí. Los cristianos perseguidos en 139 países se calculaban en 150 millones, según datos del cardenal Jean Louis Tauran del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso. El presidente de la Comisión Internacional para los derechos humanos, Marlon Lessenthin, concluyó que el 80% de los hechos de persecución religiosa en el mundo son contra cristianos. Cifras conservadoras hablan de 7.000 cristianos muertos por persecución, cada año, o sea que en los últimos diez años ha muerto un cristiano cada día.

Hablando para el diario Vanguardia de Barcelona, el papa Francisco afirmó: “es una persecución más intensa que la de los primeros años de la Iglesia”. A su vez el editor de El libro negro de la persecución a los cristianos, aseveró “ es uno de los escándalos mayores de nuestro tiempo”. En su columna del Boston Globe, John Allen lo ratificó: “es un dato de escándalo, pero el menos comentado”.

Y se comenta poco, explicó Regis Debray, porque “las víctimas son demasiado cristianos para interesar a la izquierda y demasiado ajenos para motivar a la derecha”. La persecución, además, se concentra, sobre todo, en el oriente.

Hoy, en Egipto, Pakistán, Filipinas y Yemen los grupos yihaidistas han dirigido sus atentados terroristas contra los templos durante celebraciones de Semana Santa, como acaba de ocurrir en Sri Lanka; en otros casos contra peregrinos que en buses se dirigían a algún santuario, o, como en Yemen, contra el hospicio de las religiosas de la madre Teresa.

¿Por qué los persiguen? Se trata de grupos inofensivos, pero ocurre que las religiones hunden sus raíces en culturas particulares. El islam en la árabe, el hinduismo en la India; no sucede así con los cristianos que aspiran a la universalidad; esto los sitúa en la otra orilla. Lo grave es que esa orilla se ve como agresora de otras culturas y de su identidad. A los cristianos se los ve como representantes del capitalismo y de sus vicios: consumismo, inmoralidad, individualismo y arrogancia. Esta visión negativa se agrava con el discurso sobre los derechos humanos que en occidente no genera deberes sino reclamos y defiende a los líderes, pero no a las personas. En los países de oriente, entre el incendio de las persecuciones, los cristianos aparecen como grupos clandestinos que asumen su fe con una convicción y un compromiso tan profundos como los cristianos de los primeros años, en contraste con el nivel mediocre y formalista de la fe vivida en occidente.

Aparte de casos aislados: asesinatos como los de monseñor Romero en El Salvador, o de monseñor Jaramillo a manos del Eln en Colombia, la única persecución es la de los viejos y nuevos agnósticos y anticlericales que miran el cristianismo como atraso, superstición, fanatismo o derecha irredimible.

PD: Mis disculpas a los lectores por el error de la última columna donde se leyó que a Pondores, que está en La Guajira, lo ubiqué en Cauca.