La mayor velocidad a la que un equipo debe aspirar es a aquella que permite no ser impreciso. Es un error cuando se cree que, por hacer movimientos individuales y colectivos con mucha velocidad, pero sin poder coordinarlos para desarrollar jugadas efectivas, se es un equipo competitivo. El desafío es siempre hacer coexistir amigablemente la mayor velocidad con la precisa resolución de las acciones.
Colombia enfrentó a Perú con todos sus jugadores de ataque de características similares, muy veloces y explosivos. Interesados más en sus gestas individuales, en su búsqueda frontal, en su vocación encaradora.
‘La Amarilla’ insistió en ir siempre rápido pero sin lucidez y coordinación. Además, encontró un rival con más ganas de correr, de luchar, de forzar el trámite. Y era lógico, Perú es última y estaba de local.
Esa incomodidad que le provocó el rival a Colombia, la quiso resolver chocándose con ella y no eludiéndola. Juntándose y tocando pocas veces, teniendo más voluntariosas carreras que buenas ideas.
El ingreso de James, con sus virtudes técnicas y poder de convocatoria alrededor de la pelota, fue la prueba de que el técnico veía lo mismo. Una bienintencionada búsqueda, pero el estado actual del volante colombiano degradó la decisión. Fue la aparición de Asprilla, con su zurda de técnica atildada, su juvenil desparpajo y su mezcla de improvisación con el sentido colectivo, lo que mejoró las formas de Colombia.
Adicionalmente, el juego aéreo y determinación de potente delantero de Durán le dio peligrosidad a los envíos al área de la selección. Uno de esos cabezazos fue el prólogo del gol de Luis Díaz que significó el empate. Contra Argentina es obligatorio entregar otro nivel.