Brasil: aún no expone, con la regularidad de otrora época, aquel juego reconocido y admirado por el mundo del fútbol, aquel de la magia, la inventiva, la armonía colectiva. Aquel con la simple alquimia de la calle. Pero Vinicius, Rodrigo y algún otro aparecen como “morosos mensajeros del individualismo”, con cuatro o cinco fugaces y desequilibrantes arranques son capaces de lastimar al rival.
Uruguay: el ‘Bielsismo’ ahora viste de camiseta color celeste. La dinámica, los punteros como protagonistas, la iniciativa, la vocación ofensiva, distinguen a Uruguay. La misma entrega y espíritu de lucha, ahora reforzados con un mayor gusto por la posesión del balón y las combinaciones más pulidas.
Argentina: es y se siente campeón. Y juega defendiéndolo con todo el carácter competitivo que identifica a sus jugadores. Con la intensidad innegociable que la hace ver ‘europea’, con la segura y certera técnica colectiva, aún sin el salto de calidad para no solo ganar, sino complacer un ojo futbolero más exigente.
Colombia: el eclecticismo de esta selección Colombia es admirable: mezcla con mucha sabiduría la salida ordenada y en corto del balón desde el fondo sin un único itinerario, con pases largos de los centrales; tiene posesiones largas y cuando no es posible activa a sus veloces delanteros para configurar ataques más rápidos y directos; a veces acude a la presión más adelantada, y otras se repliega; respeta y se acoge a la conducta colectiva, pero le da licencia a algunos para la aventura individual. Si algunas veces pierde el control del trámite, es capaz de sostener el resultado.
Así percibo hasta hoy a las cuatro selecciones llamadas a disputar el título de esta Copa América 2024.