Los grandes siempre tienen la obligación de ganar, y los chicos, solo tienen la obligación de perder lo menos posible. Y cuando no ganan y vuelven al barrio no los miran con menosprecio sino con tristeza solidaria.

Este es un fragmento del cuento el césped del escritor uruguayo Mario Benedetti, que si les tocara regresar a su país puede ser utilizado por los jugadores canadienses y seguramente con la comprensión de sus hinchas.

Canadá, selección primípara en la Copa América, le ofreció una gran resistencia al actual campeón del mundo. Impidió, con orden y mucha energía física, que argentina pudiera encontrar pases verticales para Messi, un juego asociado progresivo y con desborde. También, en muchas ocasiones, lo presionó en la salida y le creó algunos sobresaltos, que incluyeron situaciones de gol que no supieron concretar.

Argentina no tuvo una buena presentación en su debut, colectivamente no gobernó el trámite. No obstante, se vio 4 veces cara a cara con el arquero canadiense, en jugadas aisladas, casi todas surgidas de un descuido, de un mal pase, pero que ni Di María, Lautaro y el mismísimo Messi lograron finiquitar. En medio de esa irregularidad, Argentina aprovechó, por enésima vez, la inacabable sensibilidad en el pase de Messi. Sus milimétricas habilitaciones fueron el prólogo de los goles de Julián Álvarez y Lautaro Martínez.

Especialmente el segundo, cuando conduce varios metros, no da señales cuándo soltará el balón, y hace ver la conducción y el pase como un solo movimiento, como si uno fuera la extensión de la otra. Mientras va encontrando su mejor versión, la Argentina de Messi sumó los primeros 3 puntos en el inicio de la Copa América. Era su obligación.

La de Canadá será mostrarle al mundo del fútbol que su buen partido no fue solo producto de una sobre excitación generada por enfrentar al campeón mundial, sino de su evolución futbolística.