A los 17 años llegó al Real Madrid e inmediatamente mostró sus mejores cualidades: vocación encaradora, desborde, habilidad, y el atrevimiento y la osadía propias de los jóvenes para asumir riesgos.

Pero también se le veían sus defectos: malas decisiones, impericia técnica para hacer coincidir su velocidad con una buena ejecución e imperfecciones muy notorias a la hora de definir. Sus virtudes estimulaban la ilusión, pero sus resoluciones finales instalaban la duda y el reproche.

A los 22 años, Vinicius Jr. es, hoy por hoy, uno de los mejores delanteros del planeta fútbol y, sin duda, el más peligroso del Real Madrid. Lo sigue acompañando su rapidez de movimientos y gambeta fácil, pero ahora las acompaña de una mejor elección y ejecución de las jugadas.

Hoy Vinicius sigue siendo un solista, pero no un solitario. Sigue siendo muy veloz, pero no desbocado. Su valor diferencial sigue estando en lo que es capaz de hacer en singular, pero aprendió en estos años que el fútbol es en plural. Aunque, como casi todos los de su perfil, no escapa a cierto abuso de la gambeta en lugares y condiciones inadecuadas. Pero ya mucho menos.

Sigue alardeando de su juego eléctrico, frontal, desestabilizador de defensas rivales, pero hoy sus estadísticas en cuanto a goles convertidos y pases gol son muy favorables. Su zigzagueo ya no solo es decorativo, también es efectivo. Ha sabido mezclar estética con eficacia.

Estos años en el Madrid han mostrado cómo es el proceso que transforma a un jugador con muy buenas condiciones en un muy buen futbolista. Uno de primer nivel. Uno que es protagonista en los partidos más trascendentales. Proceso que incluyó la contratación de un cocinero que lo disciplinó en su alimentación y un preparador personal muy reconocido en Brasil que le ayudó a potenciar su físico y su mentalidad. Mentalidad que parece estar sirviendo para superar los ataques dentro y fuera del campo de los que ha sido víctima últimamente. Sin dudas, estamos siendo testigos de una formidable evolución de Vinicius.