Los malabaristas de los circos también, pero aún más destreza equilibrista han de tener los médicos privados: si curan al enfermo, ya de ahí no cobran más. Pero si se muere, tampoco. Por eso ellos siempre viven apurados buscando un punto medio entre el de la salud del paciente y el de sus propias deudas y ambiciones. Tengo un amigo, no muy docto en anatomía, que fue al médico por un aire malo, y, en el trascurso del ruinoso tratamiento, el doctor lo alcanzó a operar 19 veces, sacándole en total dos de los tres apéndices, las cuatro vesículas y la mitad más uno de los 24 riñones del cuerpo humano. Pero esa ingratitud y maledicencia nuestra es antigua. En El Diccionario del Diablo vemos esta curiosa definición. “Médico: Alguien a quien lanzamos nuestras súplicas cuando estamos enfermos, y nuestros perros cuando nos hemos curado”.

Cuenta Heródoto que, en Babilonia, no querían médicos y los enfermos entonces iban a la plaza para que todos dieran su opinión. Peor: sales de tu casa creyéndote con una sola enfermedad y vuelves de la plaza con siete. Montaigne tampoco gustaba de medicinas. “Y a quienes me emplazan a tomar medicaciones les respondo que, por lo menos, esperen a que recupere las fuerzas y la salud para poder resistir mejor la violencia y el peligro del brebaje”. El Diccionario del Diablo tampoco perdona: “Boticario: Cómplice del médico, benefactor del sepulturero, proveedor de los gusanos del cementerio”.

Lo mejor es el bálsamo de Fierabrás. Así le decía Don Quijote a Sancho: “…no tienes más que hacer sino que cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sutileza, antes de que la sangre yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana”.

La culpa también es nuestra porque a veces queremos que el doctor sea adivino.

–¡Ay, doctor! Tengo una molestia en la espalda que parece que me duele, pero no me duele.
–Bueno, póngase un poco de esta pomada en la mano, y haga así como que se frota, pero no se frote...
Hay de todo. El Doctor Chapatín, al que siempre “le da cosa”. Cándido Pérez, médico de señoras siempre a punto de traicionar alegremente su nombre. Y el doctor merenguero de Bonny Cepeda. Pero también los tenemos magníficos y estupendos, como el doctor D’Anetra en Barranquilla, que cura todas las enfermedades del mundo terrenal y unas cuantas del otro. Y, para sus amigos regados por todo el planeta, mantiene consulta cibernética y gratuita las 24 horas donde uno le explica, con detalles contradictorios y la palabrería de un Cantinflas asustado, hasta los dolores en órganos que ni siquiera existen… ¡Y nos cura!

Pero también hay de los otros. “Diagnóstico: Pronóstico de enfermedad que realiza el médico tomando el pulso y la bolsa del paciente”.