Lástima y solidaridad puede producir el actual gobierno porque Iván Duque es a veces visto como “un buen muchacho”, cuyos desatinos al momento de decidir quién lo debe acompañar caracterizan su mandato. Lamentable, ya que las ganas de trabajar son notorias, pero atina muy poco en el manejo del Estado. Habría que avalarle eso de gobernar sin mermelada con el Congreso, solo que un ejecutivo eficaz no solo debe ser honesto. Es su obligación tener la experticia, de la cual carece.
El primer traspié de Duque ocurrió el año pasado cuando designó al entonces presidente de Fenalco Guillermo Botero como ministro de Defensa y el anuncio vino con un grandilocuente piropo: “…por su gran experiencia gerencial. Con carácter, que mira a los ojos, que es transparente y que me va a acompañar en la recuperación de la seguridad”. Hasta en el mismo Centro Democrático – expertos en eso de la seguridad- pusieron en duda ese nombre, porque una cosa es manejar comerciantes y otra es enfrentarse a una guerrilla veterana en secuestros, extorsiones y tráfico de droga; a sanguinarios paramilitares y a bandas de narcotraficantes armadas hasta los dientes. Y por supuesto a los intríngulis específicos de la Fuerzas Armadas, con militares troperos que han puesto durante décadas el pecho a las balas. A todas luces nombró a un abogado experto en asuntos empresariales. Un perfil equivocado. En realidad, más experto por lo visto, en declaraciones desatinadas y equívocas.
Luego vinieron las continuas imprecisiones de Botero. Una de ellas fue sobre la directiva emitida por las Fuerzas Militares con la cual se podría, presuntamente, incentivar los falsos positivos, al privilegiar los muertos en combate, por encima de las capturas o las deserciones de miembros de grupos ilegales. Su respuesta al New York Times, que denuncio el caso, nunca fue clara, pero el Ejército cambió la directiva.
Después vino la desatinada declaración sobre el asesinato de la líder María del Pilar Hurtado, al señalar equivocadamente del crimen al Eln y la cual tuvo que rectificar cuando se supo que había sido el Clan del Golfo.
No escarmentó el exministro Botero y unos meses después replicó la versión inicial del militar involucrado en el asesinato del desmovilizado Dimar Torres. El ahora exministro dijo que Torres había muerto en un forcejeo, pero se demostró que había sido asesinado a sangre fría y que, para desaparecerlo, intentaron enterrar su cuerpo.
Casi cantinflesco -y estimen que Mario Moreno sí era de oficio cómico- Botero siguió con la racha de imprudencias, equivocaciones y errores que pusieron en ridículo a Duque ante la ONU con las fotos de guerrilleros que se presume eran entrenados en Venezuela con el apoyo de Maduro. Se demostró que había sido en Colombia.
El remate no da para burla. Intentó justificar en una pésima defensa, convertida en rendición de cuentas en el congreso, que los ocho menores de edad muertos en el bombardeo en El Caguán cayeron en una operación legítima “porque no sabían que estaban allí”.
Aunque haya renunciado, el ministro de Defensa fue tumbado. Cero y va uno.
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