Los últimos días. Las últimas semanas. Los últimos meses. Los últimos años. Perdón, corrijo. Las últimas seis décadas, o quizás más, Barranquilla, la ciudad mejor situada en la geografía colombiana, donde se entrecruzan las ocres aguas del Río Magdalena y las azuladas del Mar Caribe, ha venido sufriendo cíclicas parálisis en el acceso a su zona portuaria. Los buques encallados son una tragedia habitual.
Las cosas han empeorado por unos agresivos procesos de sedimentación cuyas causas parecieran ser un enigma técnico. ¡Qué falta hace el Laboratorio Hidráulico de Las Flores!
El dragado en esta ciudad es un portentoso agujero negro. A éste se han ido, en los últimos seis años, 139.000 millones de pesos. Y en ninguna calculadora del mundo cabe todo el dinero que por esa actividad se ha gastado, llenando los bolsillos de los favorecidos. Llamados, según la narrativa local, el ‘cartel del lodo’. Denominación nada extraña en un país de combos mafiosos que se alimentan de los dineros públicos como insaciables pirañas.
Barranquilla, en materia portuaria, se acostumbró a ser una ciudad mediocre. Pensar en grande no ha tenido el suficiente eco empresarial, gremial, institucional, político y ciudadano.
Vivimos satisfechos con lo que algunos llaman metafóricamente un puerto de chalupas. Y no creo que sea exceso de sorna. Aún no estamos preparados colectivamente para conversar de un puerto grande. Y quienes han estado animando el tema desde hace años y continúan porfiando en la necesidad de esa estructura estratégica, (e incluso invirtiendo millones de dólares en estudios y contraprestaciones portuarias), parecieran ser de otro planeta. Pero no. Son barranquilleros de singular visión en una ciudad de modelos mentales bastante lugareños.
Un dato de 2019 dice que los puertos de Colombia movilizaron ese año más de 129 millones de toneladas de carga y de esta, según la Superintendencia de Transporte, Barranquilla solo movió el 5,54%.
Y en 2012 Rotterdam Maritime Group elaboró un Plan Maestro en el que afirma que Barranquilla con un puerto de aguas profundas en funcionamiento podría alcanzar una capacidad portuaria de 123,5 millones de toneladas anuales. Hoy estamos muy lejos de ese aforo. Ha ocurrido con este plan portuario lo que pasó con el plan de la Misión Japonesa. Lo ignoraron por estrechez de miras parroquial.
El remate de esta realidad, que frena nuestro posicionamiento global, es que la concesión del superpuerto está próxima a la caducidad definitiva por parte de Cormagdalena en momentos en que había avances de entendimiento para el desarrollo del proyecto con las firmas Power China e Impala.
El colofón desalentador que faltaba es este: hay quienes temen que en el gobierno del presidente Iván Duque no haya APP del Río Magdalena.
¡Válgame Dios! ¿Qué piensa hacer el alcalde Jaime Pumarejo frente a todo esto?
@HoracioBrieva