Ninguna de las dos cabe en mi concepción de ciudad y de democracia. Ni sacar a las patadas a una población marginal de un área cuyo suelo se valorizará con modernos desarrollos urbanos y estéticos. Ni derribar estatuas e incendiar unidades policiales.

Un modelo de ciudad basado en la gentrificación (y, en consecuencia, en la expulsión de comunidades pobres de territorios con alto potencial inmobiliario y/o turístico) no se derrota con resistencia irracional, sino en las urnas. Democráticamente. Y exigiendo a los gobernantes, mediante la protesta pacífica y los mecanismos legales, que agreguen a los costos de recuperación y embellecimiento de las zonas a intervenir los de relocalización digna o de integración armoniosa, al entorno del proyecto, de la población que se pretende desplazar. Es decir, hay que exigirles que respeten la dignidad humana. El Estado Social de Derecho.

Las familias contra las cuales hay orden de desalojo, en el caso de Las Flores, se instalaron hace varios años en el ecosistema devastado y purulento de la Ciénaga de Mallorquín en deplorables condiciones habitacionales y ambientales porque no tenían un techo dónde vivir.

Es el mismo drama de montones de colombianos que han tenido que situar sus precarios aposentos en proximidades de arroyos peligrosos, ríos indómitos, ciénagas temperamentales, suelos inestables o montañas proclives a los derrumbes. Y ahí han vivido ante la mirada fría e indolente del Estado y la indiferencia de sus propios compatriotas.

El alcalde Jaime Pumarejo, entusiasmado por los avances de Barranquilla en términos de reencuentro con el Río Magdalena, se ha planteado la recuperación de Mallorquín con un ecoparque que acaba de adjudicar en una megacontratación a un grupo poderoso de la ciudad.

A partir de la decisión de Pumarejo, los marginales residentes de los alrededores de la ciénaga se volvieron un estorbo. Un problema. Y la decisión es sacarlos. Como han sacado a los habitantes de La Loma porque ellos y las nuevas dinámicas del urbanismo son totalmente incompatibles. La metodología es la que recomiendan los manuales antidemocráticos: el desalojo barnizado de legalidad, el operativo policial, el bolillo amenazante y, por supuesto, los gases lacrimógenos contra la chusma invasora.

Siape es otro ejemplo de nuestros hirientes contrastes. A sus habitantes, abruptamente, les cortamos su fluida comunicación histórica con la ribera del Río Magdalena y a su lado les construimos un Centro de Eventos y Convenciones (y ahí cerca tendrán además una cosa majestuosa que se llama ‘Arena del Río’), pero no se nos ocurrió integrarlos.

Los miserables que vean ellos para dónde cogen. Y que se las arreglen con unos meses de arriendo. La ciudad imparable no se puede detener. La gentrificación no tiene alma. Mucho menos corazón. Un estremecedor ejemplo es la película Obras públicas de Netflix.

@HoracioBrieva