Las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea han establecido una fuerte relación con la salud en la última década. Nuestra sociedad está cada vez más digitalizada y activa en estos grupos con intereses o actividades en común, llegando en muchos casos a convertirse en la única fuente de información que construye la realidad de los usuarios. Está claro hoy que los temas políticos y los de salud son los que generan mayores interacciones por día entre los clientes de estos servicios tecnológicos.

Cuando las redes se empiezan a usar permiten libremente escoger contactos, decidir donde leer noticias de los temas que realmente interesan, incluso comprar respondiendo a necesidades reales. Poco a poco y sin que se haga evidente, los algoritmos propios de la inteligencia artificial van tomando el control de las decisiones y de una muy sugestiva manera, terminan “personalizando” los contenidos a los cuales se tiene acceso. Los elaborados sistemas empiezan a fidelizar a sus usuarios poniéndolos cada vez más en contacto con personas que piensan y actúan como ellos y mostrándoles como primera opción de resultados de búsqueda cosas que el sistema ha aprendido a partir de las anteriores que se han realizado.

La estrategia de fidelización fue llamada en 2011 “filtro burbuja” y gracias a ella podemos despertarnos un día con la grata realidad de que todo el mundo piensa como nosotros. Vivir dentro de estas burbujas de armonía conlleva al gran inconveniente de polarizar nuestras opiniones. La curiosidad empieza a apagarse y la posibilidad de conocer otras puntos de vista se extingue. Usando el filtro burbuja se han ganado elecciones, se han hecho linchamientos morales y se han construido grandes movilizaciones sociales, entre otras.

En salud, se han aprovechado las bondades de la estrategia para construir grupos de pacientes que se apoyan entre sí, o de cuidadores que comparten sus angustias e incertidumbres. Incluso de manera experimental se han hecho seguimiento a brotes de epidemias con herramientas basadas en mensajes de Twitter y búsquedas en Google. Si bien los resultados de estas iniciativas aún no arrojan los resultados esperados, todo parece indicar que este será el camino usado para predecir epidemias.

La otra cara de la moneda muestra los evidentes peligros que estas endogámicas comunidades pueden exponer a los pacientes. El exceso de ruido y la ausencia de voces autorizadas pueden hacer que información inexacta o directamente errónea genere, entre otros casos, alertas de salud pública cuya magnitud y reacciones pueden superar de lejos el impacto negativo que la supuesta amenaza estaría en capacidad de producir.

No pretendo descalificar el uso de estas herramientas, que cuando son usadas con responsabilidad individual y colectiva mucho han facilitado nuestras vidas. Mi intención es invitar a nunca perder la curiosidad por las opiniones contrarias y a compartir información con prudencia garantizando en lo posible la confiabilidad de las fuentes.

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