Es tal la avalancha de información que me llega a diario sobre la inteligencia artificial, que ha logrado remover las memorias en el hipocampo para recordarme mediante flashbacks desde cuándo tengo encendidas las alarmas con este cuento, las imágenes confluyen en una tarde en la UNAM de México donde realizaba mi maestría en Paidopsiquiatría.

Estaba reunido con diversos colegas que hacían otras especialidades, algunos paisanos, y conversaban animados de un futuro prometedor en el que sólo bastaría con ingresar la información al computador o aparato de turno y este se encargaría de hacer el diagnóstico, estudios complementarios y hasta el tratamiento; por supuesto, no faltaban las alabanzas al enorme avance de la medicina gracias al desarrollo de esta tecnología. Los escuché sin decir una palabra mientras fantaseaba con el devenir de la medicina en una utopía que les sonaba cercana.

Hoy, cuando esa fantasía de reemplazar al médico por una procesadora de datos está a punto de verse convertida en una distopía –medicina robotizada, distante, impersonal, en la que nadie querría ser atendido-, porque el ser humano fue desplazado por las máquinas que él mismo construyó, el médico quedó sin empleo y se perdió aquella magia del acto médico para ser reemplazada por un algoritmo.

La medicina nació como producto de la interacción de dos seres humanos, uno que presenta una dolencia y otro que cree poder ofrecerle alivio con base en un conocimiento de cómo funciona el cuerpo en la salud y en la enfermedad. Desde el shamán hasta el médico se ha realizado un aprendizaje del cuerpo y la mente que ha llevado a la necesidad de la especialización y a la creación de aparatos y métodos para afinar los diagnósticos, siempre el criterio médico al frente.

Aprendí medicina con los cuatro pilares fundamentales de la atención al paciente con los cuales se hacen los diagnósticos: observación, palpación, percusión y auscultación. En mi época de estudiante no había ninguno de esos aparatos y, sin embargo, diagnosticamos, tratábamos y salvamos la vida de los pacientes con el mismo nivel de éxito de hoy.

No estoy en contra de la I.A. ni de la robótica, mi clamor y voz de alerta es preguntarme en qué se va a convertir la medicina con este alud de información de lo que se puede hacer con la inteligencia artificial y al alcance de cualquiera.

Michio Kaku, neurofísico, planteaba en su libro El futuro de la mente, de 2015, que no estaba lejano el día en que se pudiera subir todo el computador al cerebro, hasta telepatía se podría hacer. Hoy, en 2023, Arnaf Kapur egresado del MIT acaba de hacerlo.

haroldomartinez@hotmail.com