Johnny Pacheco es la persona más decente y educada que he conocido en mi vida, me dijo el Capitán Visbal, propietario de La Saporrita, bailadero al que llegaron los mejores artistas de la salsa en pleno boom de los 70. Dije persona, no músico, me aclaró. Le entendí perfectamente, Capitán, le contesté.

Comienzos del 79, una de las tantas presentaciones de Pacheco en Barranquilla, a la que fuimos invitados los miembros de la Fundación Cultural Casita de Paja, de Rebolo, que tirábamos carreta en un programa radial de música salsa dirigido por Ley Martin, una autoridad en la materia, y en los controles de la música, Jairo Paba, picotero de profesión; la invitación se debió a que El Capitán escuchaba esos programas y le pareció una buena idea reunirnos con esos músicos para plantear un nivel “intelectual” en entrevistas y socialización con los artistas para que se llevaran la mejor impresión del sitio. Por ese escenario desfilaron varios de los mejores músicos e intérpretes del género en esa época.

El Capitán Visbal era reconocido en la ciudad por su temperamento fuerte y su lengua mordaz, pobre del que no cayera bien parado delante de él porque hacía uno de esos comentarios que era mejor no escuchar. Decir eso de Pacheco era ubicar al músico en un sitial como ser humano al que pocos mortales podrían siquiera intentar llegar. Y tenía razón. Johnny Pacheco es el mejor ejemplo que se puede poner para explicar lo que es simpatía, el sentimiento instintivo de afecto o inclinación hacia una persona por su actitud y comportamiento, que hacen que resulte agradable su presencia. Desde el saludo inicial de manos, sus primeras palabras educadas en el intercambio de las presentaciones, la misma sonrisa para cada interlocutor, la mesura y elegancia de su gestualidad, es lo primero que impresiona al conocerlo, y que no es impostado, se mantiene con la naturalidad de quien aprendió eso en el seno materno.

Ni Joe Cuba, ni Blades y Colón, ningún salsero que pasó por La Saporrita logró que saliera de su oficina para ver el espectáculo, sino el de este flautista que lo cautivó por completo por su don de gentes y como artista. Me preguntó por qué hacía tantas morisquetas bailando, le expliqué que tenía la capacidad de independizar varios segmentos de su cuerpo para marcar los instrumentos al unísono: en la cadera lleva la clave, en las piernas la percusión, en una mano las trompetas y en la otra el piano, en la boca canta el instrumento que sobresale; una carrera hasta el conguero y baila un repique del tambor, se ríe y señala al del timbal, estalla el platillo y Pacheco sale en busca de la flauta, la suena en su particular estilo que tiene total coherencia con su forma de bailar, dirigir y vivir. Le pregunto a El Capitán por el sonido de esa flauta y responde que le gusta por su estilo callejero.

Gracias por la música, Johnny Pacheco, bacán de bacanes.

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