En días pasados recibimos la noticia sobre la represión contra científicos que se encadenaron a una entidad bancaria en Estados Unidos, para llamar la atención de los líderes del mundo sobre el deterioro ambiental. También es conocido un simbólico y explicativo “reloj del fin del mundo”, que nos indica que estamos a 100 segundos de la medianoche; momento en el cual asistiríamos al apocalipsis, que no es otra cosa que la desaparición de la especie humana. En realidad, estaría cerca el fin de la humanidad y la vida, no del planeta.

Aunque todavía depende de todos, la llegada real del fin del mundo está cada vez más cerca y es un proceso ya casi inexorable. Tenemos pocas opciones para evitar el deterioro acelerado del planeta. Estamos muy cerca del colapso final. Todos los días aceleramos el proceso de autodestrucción y pareciese que nada lo detendría. Lo único que puede contener y reversar esta lógica es una acción colectiva racional, contundente, sostenida y deliberada, que esté por encima de la lógica individualista basada en la utilidad. Estamos en una trampa. No existe una acción conjunta que neutralice la lógica individual del beneficio, utilidad y bienestar egoísta, la cual está basada en el criterio de que las decisiones y acciones individuales son marginales, no logran compensar el deterioro existente y no impactan significativamente al planeta. Además, se cree que de nada sirve el esfuerzo individual aislado, para combatir el deterioro ambiental, si los demás no actúan.

En nuestras sociedades parece imposible detener la ambición que no mide las consecuencias. Es iluso pedirle a un empresario que deje de hacer algo que le produce réditos. Estamos condenados. Nadie individualmente tomará decisiones costosas y de poca rentabilidad si los demás no lo hacen. Este proceso es irreversible como consecuencia de un modelo económico anti ambiental, la búsqueda de la utilidad individual a toda costa y la imposibilidad de acciones colectivas a nivel nacional y mundial.

En Colombia, un país privilegiado por la naturaleza, tenemos fumigación área de cultivos ilícitos, un depredador proceso de explotación minera, contaminación del agua, alto consumo de plástico, persecución a líderes ambientales por fanatismo ideológico y egoísmo material y descalificación de dirigentes políticos por defender y dar prelación al medio ambiente. En los últimos 5 años se han destruido más de 600.000 hectáreas de selva. Solo en el 2020 se deforestaron 171.685 hectáreas, generamos 32.000 toneladas diarias de basura (12 billones de toneladas) y cerca de un billón y medio de toneladas de plástico, de las cuales es reciclable menos del 20%.

La pandemia, siendo de mucho menor impacto que la contaminación ambiental, nos probó que solo somos solidarios en el discurso; el cual obedecía a un deseo provocado por el miedo y no a un compromiso frente a una realidad. Si como colectivo nacional hiciésemos algo, seríamos más racionales en el consumo de energía y agua, protegeríamos las selvas y páramos, combatiríamos la minería depredadora de la naturaleza y no seriamos el primer país del mundo en asesinato sistemático de líderes sociales y ambientales.