Los partidos políticos en lugar de trabajar por la mayoría de los colombianos se dedican a dar espectáculos bochornosos de mezquindad, egoísmo y anti-política, sin democracia. Hacen encuestas que amañan, adulteran y aceptan según los resultados. Reiteradas veces los directivos partidarios desconocen los resultados de sus consultas. No respetan los acuerdos ni sus propias normas y programas, no responden por el ejercicio del poder político, no respetan la democracia, no se acogen a la ley ni a las autoridades legítimas, no atienden ni se preocupan por las apremiantes necesidades de los ciudadanos, y son inspiración y fuente de corrupción en todas sus manifestaciones.
Ha existido un debate sobre el papel de los partidos en la sociedad. Algunos dicen que dividen a la sociedad y otros, por el contrario, argumentan que sirven para agrupar o asociar. Esto último podría aceptarse si imperase una auténtica democracia. Pero en Colombia estamos lejos de esto: la democracia que tenemos es un mal remedo de ella y, además, los partidos son actores políticos profundamente antidemocráticos. En torno a este debate casi todos coinciden en que son un “mal necesario”. Sin embargo, se podría pensar que son más un mal que una necesidad. O quizás son una necesidad para conservar el mal. En el presente, vale la pena preguntarnos cuál es la necesidad de tener partidos y qué ventaja, provecho o utilidad puede sacar la sociedad de tener unas organizaciones que la dividen y disocian; y cuando actúan tienden a favorecer grupos de interés minoritarios. La práctica y funcionamiento, nada democráticos, de los partidos desprestigian la política al inclinar la balanza del poder a favor de fuerzas sociales privilegiadas que sojuzgan al resto de la sociedad. No piensan, no viven y no sienten la democracia. Y no lo pueden hacer porque no saben de ella, no les interesa y buscan beneficiarse de sus débiles expresiones para impedir, a toda costa, que los demás también aprovechen el precario patrimonio democrático vigente. Aún más, sienten que la construcción democrática y participación ciudadana los amenazan. En fin, los partidos ni siquiera son un mal necesario.
Los partidos no practican la virtud de la justicia, no piensan en la utilidad pública y se alejan lo más que pueden de la verdad. Para practicar y defender la democracia hay que tener educación política, convicción de justicia, voluntad de querer vivir y actuar con libertad y equidad, y una cultura que no sirva a conductas autoritarias, antiprogresistas y de disensos. Los partidos solo aceptan las reglas de juego acordadas si les convienen; cuando no, rechazan e invalidan el juego y sus efectos. En los partidos no se practica ni se vive una vida democrática. Por el contrario, se vive autoritariamente y en la virtud de los vicios, con exclusiones, silenciamientos, descalificaciones, trampas e imposiciones. Esa es la vida de los partidos políticos colombianos. Quizás va llegando la hora de suprimirlos o sustituirlos por otras expresiones más claras de democracia.
PD. En una próxima columna veremos numerosos ejemplos de la vida antidemocrática y excluyente de los partidos políticos.