A mí no me convence la fórmula con la que el Gobierno de Iván Duque está tratando de dar respuesta a la protesta social que se ha tomado las calles del país durante los últimos 10 días y que ha dejado al descubierto sus debilidades a escasos 15 meses de su puesta en marcha.
Dialogar, con voluntad política y sintiéndose validado por el interlocutor, debe ser la principal apuesta para superar la actual coyuntura en la que la violencia no tiene cabida, ni en la agenda política ni en las manifestaciones. Abordar esta negociación requiere asumir con humildad y grandeza los errores y definir un mecanismo de participación ciudadana representativo y deliberativo.
La “Gran Conversación Nacional” no está ofreciendo soluciones a los reclamos de sindicatos, estudiantes, profesores, organizaciones campesinas, sociales y ambientales, defensores de derechos humanos, comunidades indígenas y otros muchos y muy diversos sectores que no se sienten representados en este espacio, al que califican de monólogo.
El Comité de Paro, que convocó una nueva jornada de protestas el 4 de diciembre, reclama un “diálogo incluyente, democrático y eficaz” que abra las puertas para la participación de los diferentes actores que han expresado en las calles, a través de multitudinarias marchas, cacerolazos y plantones, una enorme inconformidad frente a este Gobierno, sus políticas económicas y sociales y la implementación que está haciendo del Acuerdo de Paz.
Si bien es cierto que esta administración no es la única responsable de los problemas estructurales que arrastra el país, debe reconocer que no supo leer el creciente malestar popular que se estaba “cocinando” y que desencadenó el actual estallido social.
En pie de lucha está una generación de gente joven altamente política que no es tenida en cuenta, que demanda más respeto y menos represión, consciente de sus derechos, informada a través de redes sociales y que espera un cambio. Acompañando sus movilizaciones en Bogotá, los he escuchado rebelarse contra quienes buscan capitalizar su indignación, “esta marcha no es de Petro, ni voy a gritar contra Uribe porque no me da la gana. Este movimiento va mucho más allá que el odio que nos han vendido”.
Es el momento del debate, las ideas y las soluciones. Pero sin un mínimo confianza no se logrará avanzar. Por el bien del país, el presidente Duque debería reconocer el papel del Comité de Paro, sentarse con ellos a conversar para construir un modelo de diálogo territorial, participativo e incluyente y definir una agenda con propuestas realizables a negociar sin más dilaciones.
Millones de inconformes hoy en nuestra Colombia ponen a prueba la capacidad de escucha del Gobierno y de los voceros del Paro. Si esta oportunidad histórica se convierte en un diálogo de sordos en el que unos y otros se atrincheran en posiciones intransigentes y soberbias que desconozcan el clamor callejero, me temo que la respuesta de una ciudadanía que se cansó de ser ninguneada y que no dará marcha atrás en sus exigencias, será feroz.