No puede ser casualidad que el mismo día en que se cumplieron 100 años de la inauguración del Metro de Madrid, España, en Bogotá, Colombia, se haya adjudicado la construcción, operación y mantenimiento de la primera línea del Metro, que deberá estar funcionando en 2025. Deseo creer que este viejo anhelo, del que se empezó a hablar en 1942, por fin será una realidad.

No es pesimismo, sino prudencia. En las últimas décadas, gobiernos nacionales y distritales presentaron hasta 10 proyectos “listicos mi chino querido” para ser ejecutados, pero nada de nada.

Éste, sin embargo, veo que ha llegado a un punto de no retorno con la adjudicación del contrato respaldado por la banca multilateral y con el acompañamiento de los órganos de control del país, entre ellos la Contraloría General que inició un control excepcional a los recursos públicos comprometidos en el proyecto.

La primera línea cuesta 15 billones de pesos, fue adjudicada al grupo mayoritariamente chino ApcaTransmimetro y tendrá 16 estaciones a lo largo de 24 kilómetros, desde el Portal de Las Américas en el sur occidente hasta la calle 72 en el nororiente. Además, se complementará con troncales de Transmilenio que acercarán a personas residentes en el sur de la ciudad al metro.

Fueron 15 meses de un complejo proceso liderado por la empresa Metro, creada para apuntalar la institucionalidad exigida por la normatividad internacional. Desde el principio, su gerente Andrés Escobar defendió el proyecto dentro y fuera del país. Mientras en el exterior buscaba la aprobación de las líneas de crédito y convocaba a las firmas interesadas, en Bogotá le salía al paso a duros cuestionamientos de sectores políticos para los que el “metro elevado es corrupto y peor que Hidroituango” o que es un “minimetro” poco útil.

Es ridículo pensar que esta línea va a resolver de golpe todos los problemas de movilidad de Bogotá, una ciudad donde se realizan 15 millones de viajes al día y las personas pasamos al año unas 480 horas dentro de un vehículo o 20 días anuales “embutidos” en un carro. Bogotá requiere un sistema multimodal de transporte público, que incluya como componente fundamental el metro con muchas líneas, pero también troncales de Transmilenio con buses eléctricos, cables aéreos y trenes de cercanías, entre otros.

Avancemos sobre lo planeado y dejemos de politizar el tema del metro: que sí es elevado es corrupto, que sí es subterráneo es mejor. No seamos tan mezquinos de empezar a generar resistencia y hasta rabia contra un sistema que aún no está ni en construcción.

El metro es de todos los colombianos, no tiene apellido: no es de Peñalosa ni de Petro. Luego de la adjudicación pasemos de la discusión a la acción para construir la infraestructura que requiere Bogotá. Esta debe ser una lección aprendida, no podemos esperar otros 70 años para decidir sobre una segunda línea. El Metro de Madrid arrancó hace 100 años con 3 kilómetros y medio y hoy tiene 294 kilómetros y 302 estaciones. Pensemos en grande.