A nadie le gusta escuchar verdades, nos resultan incómodas porque suelen revelar lo que nos avergüenza, genera temor o incluso dolor. Sin embargo, la verdad por muy dura que sea, es imprescindible para esclarecer lo que nos afecta y, sobre todo, es un primer paso para evitar que se repita.

Pero sí hay algo más duro que escuchar la verdad, es buscarla. En Colombia nos ha costado muchas vidas porque los ‘señores de la guerra’ sellaron pactos de silencio que aún mantienen, y la verdad no sólo es la primera víctima de nuestro conflicto armado, es su víctima permanente.

Encontrar la verdad de la catástrofe que dejó 262.197 muertos en 60 años –según el Centro de Memoria Histórica– es una descomunal tarea que adelanta la Comisión de la Verdad dirigida por el sacerdote jesuita Francisco de Roux, a quien conocí hace 20 años en Barrancabermeja cuando lideraba el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, que él mismo fundó y esa zona era uno de los más cruentos escenarios de violencia del país. Desde entonces lo llaman el apóstol de la paz y no les falta razón.

Este hombre sencillo y discreto, que ha “gastado” parte de su vida construyendo proyectos de trabajo asociativo de microempresas y espacios de paz con campesinos y comunidades vulnerables en las periferias geográficas y existenciales, hoy está empeñado en lograr el reconocimiento de las víctimas como ciudadanos que vieron sus derechos vulnerados y como sujetos políticos de importancia para la transformación del país.

Esta Comisión de la Verdad acaba de revelar tres testimonios en los que, de manera voluntaria y pública, hay reconocimiento de responsabilidades en casos de desaparición de personas y compromisos para esclarecerlos.

Uno de ellos es el de José Éver Veloza o “HH”, excomandante del Bloque Calima y Bananeros de las AUC. Admitió secuestros, ordenados por Vicente Castaño, en Barranquilla, Santa Marta o Tolú y asesinatos de inocentes, a los que en vez de dejar abandonados en las carreteras, desaparecieron por petición de la Fuerza Pública para que no les “subieran los índices de homicidios” en regiones.

Otro es el del mayor del Ejército Gustavo Soto, excomandante del Gaula Casanare, quien aseguró que tras cada asesinato desaparecían los documentos de la persona “para que fuera más difícil identificarlo” y así reportarlo como N.N. y el de José Benito Ramírez o “Fabián Ramírez”, excomandante del Bloque Sur de las Farc, quien recordó cómo las madres de soldados llegaban al Caguán a buscar a sus hijos desaparecidos y reconoció que nunca debieron haber recurrido a esas prácticas, que hoy califica como la “tragedia más grande que existe”.

Cómo duelen estas palabras, pero qué necesarias resultan en la búsqueda de la verdad que el país y las víctimas han esperado por décadas en medio de un dolor inconmensurable. Por eso hay que avanzar para que, de una vez por todas, comprendamos como dice Pacho de Roux, el por qué “seguimos en esta tragedia de la destrucción de la vida humana en la sociedad”. ¡Nunca más!