Hace unos días coincidí con el rector de la universidad Externado de Colombia, el abogado caleño Juan Carlos Henao, en un acto académico y su emotivo discurso me dio alas para soñar. Fue un bálsamo en medio de la desazón que genera el bandidaje de tanto pillo callejero y de cuello blanco, de la altanería y los carretazos de los “politocosos” y como si fuera poco, de la falta de claridad de este Gobierno que no sabe cómo atajar el desempleo que va para arriba. Sólo por mencionar unas cuántas realidades que nos dejan desinflados.
Pero no a Henao, al que podríamos definir en nuestro Caribe colombiano como un bacán; un rebelde social, diría él. Personaje bastante curioso y creativo, académico de formación liberal, amante de la rumba salsera y compañero de vida de la pintora barranquillera Vicky Neumann, para más señas.
Su visión de lo que hoy vivimos es dura, pero también deja espacio para la esperanza. Se pregunta, y tiene toda la razón, ¿cómo ser optimista en un país con elevados índices de corrupción, en el que se matan a los líderes sociales y en el que los criminales se disputan el control de la minería ilegal y el narcotráfico?
Pónganse a pensar en ello. Levantar cabeza en medio de este panorama no es tan fácil como soplar y hacer botellas, pero Henao lo tiene claro: “hay que ser optimistas y punto”. No es un tema amarrado a la religión, él no es creyente. Su fe viene por su vocación de educador y es bastante lógico que en un profesor no haya cabida para el pesimismo. Y todos, de alguna manera, somos formadores en nuestras familias, trabajos y como parte activa de esta sociedad; en otras palabras, somos agentes de cambio individual y social.
Y a ser optimistas y positivos, a creer en el país y en la perfectibilidad humana nos invitó Henao en su discurso. Realmente es todo un desafío, ¿cierto? y uno podría considerar que es un propósito irrealizable cuando la lucha pasa por exigir respeto a la vida, seguridad económica, acceso al trabajo, salud universal, educación de calidad, vivienda digna, retiro seguro, protección medioambiental, recreación, cultura, deporte...
Coincidimos que hoy nadie puede renunciar a seguir demandando una mejor calidad de vida en este país que arrastra una de las mayores tasas de desigualdad del mundo y en el que la inequidad y la pobreza, exacerbadas por tantos años de conflicto, laceran a los más vulnerables; pero esta defensa no es excluyente del optimismo que nos debe acompañar siempre o ¿es que vamos a tirar la toalla?
Yo no. Para los optimistas, como diría Henao, la luz no se extingue y el faro de la libertad nunca se apaga y sería realmente importante que el discurso político, económico, social y el de los ciudadanos de a pie incorporen el optimismo, tal y como lo han hecho nuestros deportistas que son unos héroes.
En Colombia ser optimista es un acto de fe, un ejercicio de resiliencia, una lucha constante por pensar que lo mejor está por venir y convencerse que tarde o temprano, eso tan bueno llegará. Es tiempo de creer.