¿A qué se refería usted cuando hace poco dijo sobre Borges: “Lo que ocurría era que, lleno de un terror añejo desde sus días juveniles de Ginebra, a Borges le costaba dar el paso inicial [en el sexo]”. Jorge Atanasio, B/quilla

A la pregunta de que si Borges era asexuado respondí que la escritora Estela Canto devela lo contrario. Se sabe que a Borges no le agradaba esa imagen de escritor cerebral, insensible a lo erótico. Una vez dijo: “… me he pasado la vida entera pensando en una u otra mujer. Creí ver países, ciudades, pero siempre hubo una mujer para hacer de pantalla entre los objetos y yo”. Borges no fue venturoso en sus amores, pero sí que fue enamoradizo (se cuenta hasta diecisiete mujeres que dejaron huella en su obra), algo que le generó conflictos, pues, por influjo de su madre, creía que para retener a las mujeres debía mantener noviazgos “pulcros” que no implicaran llevarlas a la cama, pero, como consecuencia, esas relaciones solo duraban uno o dos años hasta cuando llegaba otro hombre y se quedaba con la dama, como le sucedió con la poeta Norah Lange, de quien estuvo prendado y quien en apariencia le correspondía, hasta cuando surgió otro poeta, Oliverio Girondo, rival literario de Borges, quien los había presentado, con quien ella terminó por casarse. Se habla de la gran influencia que Borges recibió de su madre, que no era muy culta, y más bien poco de la que recogió de su progenitor, que sí lo era y quien tuvo sobre el hijo un influjo comparable al de aquella. Fue su padre quien lo hizo un gran lector al permitirle conocer otros idiomas (inglés y francés) y, sobre todo, al dejarlo intimar con los libros de su biblioteca de diez mil ejemplares, “el hecho más importante de mi vida”, según confesó el escritor. El padre intentó iniciarlo en el sexo, aunque de modo traumático y tragicómico, al concertarle una cita con una prostituta ginebrina, frente a la cual Borges, de diecinueve años, retrocedió espantado ante la idea de acostarse con una mujer con la que su progenitor, hombre de machismo congénito en su condición de suramericano, también debía de haberse acostado. Por lo tanto, fue el padre quien le inoculó al hijo la turbación frente al sexo, el conflicto que la idea de su práctica le deparaba. El trance se le complicaba porque debía ocultarlo a su madre, lo que implicaba ser desleal con ella, y porque, al tiempo, estaba desobedeciendo al padre, quien, de alguna manera, le permitía y le ordenaba “que se realizara como hombre”.

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