P.: ¿‘Chécheres’ es costeñismo? Elsa Áñez, B/quilla

R.: Se usa en Centroamérica, Colombia y Venezuela. Casi siempre alude a cosas inútiles, estorbosas y de escaso valor. De hecho, Guajirismos, de Pablo E. Fonseca, escritor de Uribia, define chécheres como “menaje doméstico del pobre”. Pero también puede referirse a objetos valiosos: “Mira los chécheres que guardo en mi joyero”. Es sinónimos de ‘corotos, bártulos, baratijas, trastos’ y de muchos más términos que cuentan una o más veces con el sonido /ch/ del español: ‘chismes, chócoros, cherembecos, cachivaches, chirimbolos, chácharas, chucherías, chuches, chunches, chechereches…’. Esto indica que el origen de chécheres es onomatopéyico, basado en el patrón fonético español /ch/, que parece tener la capacidad de sugerir algo despectivo o de poco valor. García Márquez utiliza chécheres en Cien años de soledad: “Por esa época, Aureliano vivía de vender cubiertos, palmatorias y otros chécheres de la casa.” Y en El otoño del patriarca usa cherembecos: “… pero le daba rabia que abusaran de su inocencia prematura para venderle aquellos cherembecos de gringos que no eran tan baratos…”.

P.: Lugar común: ¿en definitiva, la lectura hoy es escasa? E. Báez, B/quilla

R.: Lo es hoy y desde hace algunas décadas. No cabría otra cosa cuando la gente cuenta con posibilidades de entretenimiento inmediatas y fáciles de manejar. Nada más simple que accionar un botón para que aparezcan en el teléfono o en la tableta frases o imágenes que nos lo van mostrando todo en una espiral de poco esfuerzo. Los aparatos electrónicos son necesarios y divierten, pero sería notable tener por ratos la capacidad de dejarlos a un lado y de asumir el italiano il dolce far niente, ‘el dulce hacer nada’, un estado de ánimo despreocupado que facilita el ocio creador, esa ‘no acción’ tan fecunda que ha sido considerada la génesis de la cultura.

P.: ¿Cuál es la diferencia entre espantajopo, fantoche y filipichín? PACA, B/quilla

R.: Decíamos que en español existe ‘espantajo’, monigote grotesco o persona mal ataviada; y que existe ‘jopo’, sinónimo de cola coposa de ciertos mamíferos o de nalgas, o referencia a un sujeto creído y desagradable. De la unión de las dos palabras surgió ‘espantajojopo’, o sea, ‘espantajo despreciable’, que se acortó en ‘espantajopo’ por el fenómeno fonológico consistente en la supresión de una sílaba cuando suena igual a la que tiene al lado, como ‘trágicocómico’ que quedó en ‘tragicómico’. Fantoche es sinónimo de la anterior, deriva del francés de igual grafía, que, a su vez, en el siglo XIX la tomó del italiano fantoccio ‘marioneta’. Filipichín es sinónimo de las dos anteriores, aunque se especializa en describir al sujeto acicalado con esmero y muy a la moda, que suele presumir de galán. García Márquez usa filipichín en Memoria de mis putas tristes: “Yo caminaba ansioso de que me tragara la tierra dentro de mi atuendo de filipichín, pero nadie se fijó en mí…”.

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