Aunque parezca un atrevimiento, en un tiempo de rememoranza, de dos mártires de la Colombia amada, me gustaría dedicarles a su memoria, que desde sus posiciones y por encima de sus diferencias, indiscutiblemente amaron a su querida Colombia y por ella dieron su vida: Luis Carlos Galán y Jaime Garzón.
Ha llegado a mis manos, desde la búsqueda y repaso de introducciones de mis últimas tardes por las librerías, Los sueños de mi padre, la última autobiografía del Ex Presidente Barack Obama. Cuando lo llaman los editores para escribir su biografía: “comencé a organizar mentalmente, con una confianza rallana en la temeridad el plan del libro. Se trataría sobre la legislación de derechos civiles y su incapacidad para potenciar la igualdad racial. Incluiría anécdotas personales, pero en conjunto sería un viaje intelectual programado por mí de principio a fin. No critico la suspicacia de la gente. Hace tiempo que aprendí a desconfiar de mi niñez y de las historias que la moldearon. No fue hasta muchos años después, cuando me senté junto a la tumba de mi padre para hablar con él a través de la roja tierra africana, que pude retroceder en el tiempo y reconsiderar aquellas historias sobre mi persona. O, para ser más exactos, fue sólo entonces cuando comprendí que había pasado un largo período de mi vida intentando reescribir tales historias, tapando los agujeros de la narración, suavizando los detalles menos agradables, proyectando las preferencias personales frente a la nebulosa visión de conjunto de la historia con la esperanza de hallar una base sólida sobre la que los hijos que aún no he tenido puedan erguirse firmemente”. Son las palabras introductorias con las que el primer Ex Presidente negro en la historia del país que se enorgullece de ser el más progresista y futurista, y al que John F. Kennedy definía como alguien que mira hacia el futuro.
“Cuando la gente que no me conoce bien, negro o blanco, descubre mis antecedentes (lo que normalmente es todo un descubrimiento, pues dejé de mencionar la raza de mi madre desde que tenía 12 años, cuando empecé a sospechar que al hacerlo me estaba congraciando con los blancos). Ahora ya saben quién soy. Estoy habituado a las miradas escudriñadoras, buscando distinguir entre mis rasgos negros y blancos. No puedo evadirme de la tragedia que represento para los blancos del montón, que me miran atrapado entre dos mundos”. “Hace tiempo que aprendí a desconfiar de mi niñez y de las historias que la moldearon. No fue hasta muchos años después, cuando me senté junto a la tumba de mi padre para hablar con él a través de la roja tierra africana, que pude retroceder en el tiempo y reconsiderar las historias de mi infancia en mi persona. Una autobiografía implica al menos una recapitulación. Pero ni tan siquiera puedo poner mi experiencia como ejemplo de la que viven los negros americanos, de cuya experiencia dan por hecho que yo carezco, acudiendo a los lapsus selectivos de la memoria”.