Me parece estar viéndolos: el uno, subido en la reja de la ventana y, la otra, sujetando el precioso don que suponía para ellos su bandera de Colombia. Era el momento solemne de su plena colaboración y tácito entendimiento. Sin un “¡pelaito!”, ni una “¡pelaita!” discordantes. Me pedían ayuda para asegurar “su bandera” y celebrar “que los echamos a ustedes de Colombia”, con toda la autoridad que les daba el orgullo de “ser colombianos” y la tolerancia difusa a unos padres que no lo eran.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel arribo a la orilla más bella del mundo, mi Cartagena de Indias, que yo divisaba expectante, entre las dos filas de honor, de la tripulación, cuadrada en saludo, de la mano del amor de mi vida, por siempre en mi corazón, tierra amada de inclusión, ya en el corazón del mundo, imborrable en los recuerdos más entrañables de mi vida.
Yo creo que todos ustedes, que de vez en cuando me leen, experimentaran esa sensación del avance del tiempo, asaltos que determinan situaciones que sin haberlas imaginado nos toca afrontar. Me viene esta reflexión a cuenta de unos párrafos de Michel Obama en su biografía “Mi historia”: “Fue un tiempo difícil por la novedad y el reto que suponía el ser la esposa del primer presidente negro de Norteamérica. Yo llevaba conmigo las historias de las luchas de Rosa Park y Coretta Scott King, me resultaban más familiares que las de Eleanor Roosevelt o Mamie Eisenhower. Llevaba conmigo sus historias junto con las de mi madre y mi abuela. Ninguna de esas mujeres podría haber imaginado una vida como la que yo tenía en ese momento, pero habían confiado en que su perseverancia daría resultado con el tiempo en algo mejor para alguien como yo. Quería mostrarme ante el mundo de una manera que las honrase a ellas. A quienes habían sido. Me lo cargaba sobre los hombros como una obligación imperiosa de no cometer ningún error. En mis momentos de mayor inquietud respiro hondo y me obligo a recordar las muestras de dignidad y decencia que he visto en la gente durante toda mi vida y con sus ayudas he podido superar numerosos obstáculos. Me aferro a una fuerza más grande y potente que cualquier otra cita electoral, líder o noticia en particular: el optimismo. Esa fuerza que reinaba en el pequeño piso de mi familia. Lo percibía en mi padre cuando con su salud diezmada intentaba moverse con toda naturalidad como si la enfermedad no existiera”.
“He tenido la suerte de tener unos padres tenaces. La tenacidad fue lo primero que me atrajo de Barack Obama cuando se presentó en mi despacho con una sonrisa de esperanza. Todavía, frente al retrato de Barack y mío, colgado en la National Portrait Galery de Washington, ambos nos sentimos muy honrados de ser el ejemplo de ocupar un lugar en la historia. Si nosotros hemos llegado hasta allí, muchos otros podrán”. Buen fin de semana.