Más de una vez, y no creo que me pase a mi sola, sin darnos cuenta nos encontramos de pronto, en un totum revolutum y no sabemos por dónde empezar. Esta mañana entre mis manos la biografía de Barack Obama: La Audacia de la Esperanza, me está echando una mano en mi columna presente: “A nadie le gusta, sea de la cultura que sea, que le avasallen. A nadie le gusta vivir con miedo, porque sus ideas son diferentes. A nadie le gusta ser pobre ni pasar hambre. Y a nadie le gusta vivir en un sistema económico que no recompense el sistema de trabajo individual.
Primero, debemos recelar de aquellos que creen que nosotros solos podemos liberar a otro pueblo de la tiranía. Estoy de acuerdo con George W. Bush cuando en su segundo discurso inaugural proclamó que existía un anhelo universal de libertad, pero hay pocos ejemplos en la historia del mundo en que la libertad que ansían los hombres y mujeres haya sido conseguida a través de intervención extranjera. Casi todos los movimientos sociales exitosos del último siglo, desde la campaña de Gandhi contra el dominio británico, el Movimiento de Solidaridad en Polonia, pasando por la lucha anti Apartheid en Sudáfrica, la democracia ha surgido siempre a partir de un despertar local”.
Podemos inspirar e invitar a otras personas a que defiendan sus libertades. A que colaboren con los sistemas electorales justos, ayudados por el mundo periodístico independiente y ayudar a asentar la participación cívica. Pero, sigue y aclara, Barack Obama: “si lo que queremos es obtener la democracia a punta de pistola, solo estaríamos facilitando que los regímenes opresivos hagan creer a sus pueblos que los que luchan por la democracia no son más que títeres en los poderes extranjeros, que quieren que jamás florezcan las libertades en todos los países de la tierra”.
Esta mañana mientras tengo entre mis manos la biografía del siempre soñador y al mismo tiempo práctico y realista, Obama, se me ocurre pensar que sería deseable que todos los políticos actuales fueran “hinchas” de las luchas sociales en pro de la igualdad, los derechos humanos, en contra de la mortalidad infantil que arrasan los países subdesarrollados, tendríamos que hacer que las reglas internacionales que impulsamos fomenten y no empeoren la seguridad material y personal de los ciudadanos.
No sé si piensen ustedes que se me despertó el socialismo o que estoy halagando a mí siempre admirado Barack Obama. Solo pretendía esta mañana, mientras buscaba el tema de la columna, compartir con ustedes la necesidad que tenemos todos de tendernos la mano los unos a los otros, para que al despertar cada mañana y abrir el periódico, podamos encontrar, como escribe Obama, las fuerzas capaces basadas en la fe, la inclusión y la nobleza de espíritu y no en la necesidad de ganar dinero con la que tantas veces se llega a corromper los ideales de un equilibro entre la vida pública y los intereses personales.