Volvíamos empapados. Hechos un manojo de risas con sabor a mar. Brincando entre las olas que nos envolvían en el malecón de Puerto Colombia. El lugar preferido de aquellos fines de semana inolvidables cuando nos adentrábamos hasta el borde del límite en el mar abierto del muelle. Recuerdos con sabor a sal. Música de los gritos de mis hijos. Mezclados con las sonoras recomendaciones de los mayores, que también disfrutábamos de esa ambivalente sensación de libertad y prevención.
En definitiva, la inquietud por lo inesperado que conllevan en la espuma las olas del mar. Como la vida. Un sueño esquivo se puede lograr y mantener contra viento y marea, que se lo digan a nuestra puerta de América, nuestro Puerto Colombia del alma. El símbolo de la apertura, convivencia, corazón abierto y manos tendidas que catapultaron la inclusión en un mismo sueño que ahora parece que se puede reavivar: Hay símbolos que no se deben destruir porque representan la historia viva que conllevan a la valentía. La decisión. El esfuerzo. Y el sacrificio.
La alegría de perdurar una historia presente que todavía estamos haciendo. Porque este mar nuestro, esta bahía de ilusiones, esfuerzos, proyectos, tiene que seguir siendo nuestro punto de conexión desde esta nuestra orilla marinera, antesala de realidades ilusionantes. Tierra adentro. Desde esta costa que nos da el privilegio de ser punto de enlace entre el viejo mundo y esta América del alma, desde donde se mira con tantas esperanzas, los amaneceres de realidades esparcidas por todo el continente. Por eso tenemos que impulsar y mantener el sueño que pareciera esquivo, pero que se puede lograr.
Y está siendo posible desde la Puerta de Oro de Colombia, la puerta de América, nuestro Puerto Colombia del alma, el símbolo de la apertura. La convivencia, que desde sus orígenes, corazón abierto y manos tendidas, catapultan la inclusión en un mismo sueño. Y tiene que mantenerse como la puerta gloriosa hacia la América que, cada vez más, sigue atrayendo al viejo mundo. Nuestro Puerto Colombia del alma, enseña de nuestra costa: abierta. Incluyente. Soñadora y realista, que cada vez con más ilusión sigue manteniendo el pulso de ser la Puerta de Oro de Colombia.
Esta Barranquilla nuestra, desde la que en su semana carnavalera, enredada en la nostalgia, y repasando libros, me encuentro con la rememoranza de un poema de amor a esta bendita ciudad que fue el sueño de Jesús Sáez de Ibarra, el amor de mi vida: “Barranquilla, nadie me podría decir entonces, en los lejanos días de mi niñez, que detrás de la canción Se va el caimán…, estaba una ciudad descomplicada y receptiva, libre y liberal, conformada por apellidos allegados de todas partes del mundo. Y que por ello, tenía la difícil sabiduría de convivir cada uno en su casa y Dios en la de todos. Por todas esas razones, les confieso que cuando viajo a mi tierra natal y regreso a Barranquilla, percibo la cálida alegría del pájaro que vuelve a su rama, del pájaro que retorna a la seguridad de su nido”.
Buen día. Mi Barranquilla del alma: Fuerza y empuje. Corazón abierto. Carnavalera sublime. Gracias por la fortaleza que me das cada día. Por tu generosidad y alegría.