Esta mañana empiezo leyendo una frase de Ban Ki-Moon, el octavo Secretario General de la ONU, refiriéndose a la odisea de paz que ha supuesto la carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de 1945 y 48, de la que estamos celebrando los 70 años. Desde entonces, el mundo emprendió la aventura humana que supone abarcar a todos los hombres, mujeres y niños bajo un manto de solidaridad.

En palabras de U Thant, “La carta impone la obligación de todos los seres humanos de ser tolerantes y convivir en paz los unos con los otros, como buenos vecinos”. Y destacó esta frase como la definición más simple de la convivencia pacífica, añadiendo que “todos somos seres humanos con la necesidad de sentir que no estamos solos, que en algún rincón, siempre, puede encontrarse el eco de un corazón latiendo y la seguridad de una mano amiga para cruzar algún mar, escalar una montaña y reposar en la llanura abierta de algún valle que no por poético deja de ser difícil y sacrificado el alcanzarlo”.

Se están cumpliendo 70 años de la realización y proclamación de una de las instituciones creadas con más buena fe. Ojeando prensa he visto las fotos de los últimos secretarios generales de las Naciones Unidas que han supuesto el baluarte del respeto humano y concordia en la geografía universal que ha marcado un hito en la historia contemporánea. Detrás de las obras están las personas. Y vale la pena recordar a unos hombres que en el escepticismo de un mundo de entre guerras soñaron un solaz de paz.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un documento que marca un hito en la historia de los derechos humanos. La redactaron representantes de todas la regiones del mundo, de diferentes culturas y diferentes tradiciones jurídicas. En París, un 10 de diciembre de 1948, se estableció por primera vez que hay derechos humanos fundamentales que se deben proteger universalmente. Desde su aprobación, hace 70 años, se ha traducido a más de 500 idiomas. Es el documento más consultado del mundo y ha servido de base a la creación de Estados independientes y nuevas democracias.

Ha habido dos hombres de los que vale la pena resaltar su labor encarnando los ideales humanitarios y de justicia en pro de los intereses de los pueblos del mundo desde esta institución: Ban Ki-Moon. El diplomático surcoreano que fue elegido secretario general por aclamación en el 2007 y reelegido hasta 2016 por sus esfuerzos para reformar las áreas como fuerza de paz de las Naciones Unidas y que se las tuvo que ver continuamente con el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush para que tomara la acción con respecto al calentamiento global.

En la actualidad, desde enero del 2017 ha tomado el testigo como secretario general el portugués Antonio Guterres. Él ha vivido el sufrimiento de las personas más adoloridas y vulnerables del planeta en los campamentos de refugiados y zonas de guerra. Mirando esta mañana su foto, muestra una mirada clara y afectuosa y una incipiente sonrisa que despiertan confianza. Ha sido alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados y como tal se entregó de lleno a dirigir organizaciones humanitarias en los países en conflicto como Siria, Irak, El Sudán y el Yemen. Implementando una titánica labor que ha incrementado las actividades del Acnur hacia los desplazados por los conflictos y la persecución, que han pasado de 38 millones en el 2005 a más de 60 millones en el 2015. A veces las palabras sobran. Hoy, es una de ellas.