Quienes alguna vez pensamos en el suicidio, quizá lo hemos dicho a las personas en las que más confiamos y hemos encontrado de vuelta expresiones como “estás loca” o “pon de tu parte”. Resulta que quien piensa en esto no lo hace por gusto, no es que no quiera luchar, no es que quiera fastidiarte con sus pensamientos… con el tiempo entiendes por qué cuando vas a terapia te mandan a escribir, pues de esta manera puedes sacar todo lo que hay dentro sin ser señalado, uno no necesita que lo juzguen, ni que lo regañen, ni que le digan “tienes todo para ser feliz”, uno necesita acompañamiento, a veces hasta silencioso, pero constante. Esta semana otro joven universitario se suicidó. El martes en mi parcial de Argumentación hablaba a mi profesor de la salud mental en Colombia, el difícil acceso y toda la falta de conocimiento que hay en la misma gente. La estigmatización que sufren las personas que tienen cualquier trastorno mental, así sea la más mínima crisis de angustia. Es como si fueran señalados por el dedo de un sistema que quiere gente perfecta y productiva, gente que no se sienta triste, que no tenga emociones ni líos en la cabeza, cuando el mismo sistema hace todo para entristecernos, angustiarnos y hacernos sentir solos.

Las enfermedades mentales no distinguen estratos, religión, sexo o edad. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, el 40,1% de los colombianos ha sufrido o sufrirá una enfermedad mental a lo largo de la vida. Las políticas públicas en salud mental son insipientes y se pierden en un sistema de salud perverso, que medica antidepresivos precarios de bajo costo. Las EPS han desahuciado a las IPS que prestan servicios de salud decentes y los pacientes se pierden en la maraña de un sistema que recuerda la idea de los antiguos manicomios. La guerra exacerba todas las condiciones de angustia y pérdida de la esperanza, pocas garantías en escuelas que dificilmente pueden ofrecer educación de calidad, barrios sin parques, niños y niñas sin derecho al juego, menos árboles y más cemento, las calles dan miedo, acceder al arte, a la música, a la literatura o al deporte parece un lujo para la mayoría de los colombianos. El campo ya no es seguro y las ciudades tampoco. No hay políticas de prevención en salud mental. En el caso del joven de la Javeriana dejen de culpar a los amiguitos y pregúntense por las políticas públicas de salud mental.

Esta columna no la escribo sola. La escribo con Keyla. Es ella y soy yo. Ambas escribimos. No se sabe en qué línea acaba una y empieza la otra. Mientras el mundo se nos desbarata a pedazos, todos tenemos la gran responsabilidad de sostenernos. Hay que buscar ayuda y hay que ayudar sin juzgar, y hay que buscar asesoría profesional cuando sea posible. Keyla ha sido una luchadora y me ha enseñado a luchar. Nos sostenemos las manos y nos damos razones. Seguimos firmes, siempre esperando nuestro siguiente encuentro en el que nuestras palabras no sean lanzas para un corazón triste, sino el abrazo cariñoso y hasta silencioso que necesitamos.

@ayolaclaudia

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