Vigorón destrozaba los avances de los equipos contrarios. Su muerte se dice que fue por un balonazo en la cabeza.
En el deporte barranquillero, como en el béisbol de esta ciudad, existieron dinastías de jugadores: los Mejía en el fútbol y los Arrieta, en el béisbol. Estos últimos eran más numerosos que los Mejía.
Una familia más numerosa que los Arrieta no se consigue. Eran ocho miembros en la familia, todos hijos del señor Arrieta y la señora Jazmín. Cinco hombres eran beisbolistas y tres mujeres eran softbolistas.
Por supuesto eran una familia atlética hasta más no poder; las hembras jugaban sóftbol, a excepción de Josefina, que era atlética de pista y campo.
En la familia Mejía comenzó a figurar el bordón, pero era el más alto y mejor tornado de todos.
Como sus hermanos eran delanteros del Junior, Vigorón -que así era conocido entre los jugadores- era el menor de los Mejía y muy destacado, por cierto.
En las filas del equipo Junior, Vigorón era un defensor y destrozaba los avances de los equipos contrarios.
Un jugador de la formación física de Vigorón estaba destinado a permanecer mucho tiempo en la defensa del Junior, pero el destino había dispuesto otra cosa. Se dice que fue un violento balonazo en la cabeza de Vigorón.
Lo cierto es que empezó a manifestar fallas en la defensa del Junior, aparentemente parecía que se había recuperado, pero no había tal, por último fue reemplazado por otro jugador.
Vigorón ingresó a las filas de los jugadores enfermos y allí era un exjugador. Este cronista lo abordó en la venta de tinto de la Alcaldía y le dijo que Roberto Meléndez lo esperaba para entrenar, pues tenían un partido con los samarios. Fue la oportunidad para que Vigorón nos dijera que su enfermedad era más seria de lo que aparentaba. A los pocos días de esta conversación ya era un cadáver.
Su muerte fue registrada en todos los sectores deportivos de la ciudad como una pérdida irreparable.