Quisiera empezar con una anécdota. Como miembro de la junta directiva del IVMMI, organismo internacional dedicado al tema del agua en el mundo, viajaba con mucha frecuencia a Colombo, la capital de Siri Lanka porque allí estaba su sede. Seis meses después de mi última visita a esa ciudad, viajé nuevamente y cuando el avión aterrizó entré en pánico físico.

Llegamos no al aeropuerto bastante deteriorado que conocía de antemano, sino a uno super moderno lleno de avisos y muy amigable con el viajero extranjero. Es decir, muy distinto al que me había tocado antes. Inmediatamente pensé que después de ese largo viaje, 24 horas desde Bogotá, más el cansancio y el sueño, me había confundido y me había montado en el avión equivocado. Pero apenas descendí del avión y empecé a caminar por sus corredores comprobé que estaba en Colombo y que en seis meses habían transformado su viejo aeropuerto en uno que parecía de un país desarrollado.

Traigo a colación esta anécdota a raíz de lo que está pasando con el aeropuerto de Barranquilla. Antes de la pandemia estaba en plena construcción y eran explicables las incomodidades, pero se suponía que con una inmensa inversión que realizaban empresas privadas estaría listo para la Asamblea del BID. No hubo asamblea ese año, desde entonces ha pasado mucho tiempo y el aeropuerto es un desastre. Como lo anota Santiago Gamboa en su columna, Barranquilla no se merece un aeropuerto de ese nivel tan bajo.

No se conocen los nombres de quienes tienen el contrato de remodelación y las firmas involucradas tampoco se identifican claramente. Tampoco se sabe quiénes realmente son los verdaderos responsables de esta situación, pero se sospecha que los políticos de siempre están involucrados. En estos últimos días se conoció que se les impuso una multa por incumplimiento, monto que para muchos es irrisorio dada la dimensión del presupuesto de ese trabajo.

Pero Barranquilla que se precia de ser la ciudad modelo, cómo no ha puesto el grito en el cielo por el estado de esa obra que es la puerta de entrada a una ciudad que se considera perfecta. Como los entes de control en este momento solo funcionan cuando no tocan a contratistas o personajes con poder político, el papel que le toca a la ciudadanía es fundamental. Es la sanción social la que juega en estas circunstancias. Quienes viven en Barranquilla, quienes sufren las consecuencias de esta situación, y además quienes sí conocen a los que están detrás de este contrato, son los que deben destapar este caso de corrupción. Barranquilla no se ha podido reponer del escándalo de los Centros Poblados cuyos 70.000 millones siguen en la mente de muchos, para que ahora le caiga otro sin saber quiénes están detrás. Por consiguiente, es el momento de que la ciudad y aquellos que tienen acceso a esa información ayuden a destapar a los protagonistas de otro escándalo de mal uso de los recursos públicos. Porque un aeropuerto sí se puede remodelar totalmente en seis meses. Eso sí, cuando la tarea la asumen sectores transparentes a los que le duele la ciudad y los recursos del Estado que son de todos los colombianos.

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