De 1088 a 2024, ha corrido mucha agua por debajo del puente de la educación. El primero fue el año en que se fundó la Universidad de Bolonia (Italia), la más antigua del mundo occidental. El segundo, un año en que se ha recrudecido la crisis global de las universidades, instituciones de enseñanza superior que forman al ser humano en un sentido integral y elevan sus capacidades a la excelsa categoría en que bien se ubica el pensamiento crítico. ¿Descenso de la tasa de natalidad? ¿Depresión económica? Antes de entrar a debatir si se trata de un asunto demográfico o de uno meramente económico, es primordial que nos preguntemos para qué estudiar.
Siempre que puedo, les hago esa pregunta de apariencia ingenua a los estudiantes con los que comparto el aprendizaje en la universidad. En su gran mayoría, responden levantando los hombros mientras exclaman con cierto aire de liviandad: «Para aprender». En un país como Colombia, y en un planeta como la Tierra, donde cada día luce más incierto que el otro, las oportunidades no solo hay que buscarlas, sino también crearlas; y los cuestionamientos no solo deben ser respondidos, sino también formulados.
Otros dicen, como ignorando su propia existencia: «Para ser alguien en la vida». Pero las universidades no son un campo cercado por saberes y títulos. No son un simple simulador de la “vida real”. Ni pueden ser una entidad hipócrita que acostumbre a caminar sobre las líneas ya trazadas, como si no hubiera posibilidad de que cada quien cree sobre las bases aprendidas sus propias líneas. Las universidades son ese universo de crecimiento infinito que no se halla en la calle, ni en las redes sociales que hoy se presentan como una de las más fáciles y atractivas alternativas para producir dinero.
La economía nos avasalla: el costo de la vida aumenta en la que parece ser una carrera contra todo y contra todos. En el año 1150, con la fundación de la Universidad de Sorbona (París), se empezó a arar el sendero sobre el que han transitado las universidades de todos los tiempos. En 2024, el mundo que nos revela nuevas formas de aprender desestima cada vez más el valor de la formación universitaria. Y de la dialéctica socrática se sabe o se practica ya muy poco. La universidad es un bien común que incide en todo, de ahí su importancia.
¿Para qué estudiar? En 21 lecciones para el siglo XXI, Harari habla sobre “las cuatro ces” que las escuelas deberían enseñar: «pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad». He ahí una gran respuesta.