Los primeros años de la década de los noventa en Colombia fueron una especie de antítesis de la belleza que emana del arte. El narcoterrorismo y la insurgencia imponían su régimen violento desde los montes o las profundidades del país que la mayoría desconoce o ignora, hasta la no del todo civilizada urbe. Para entonces, recuerdo lo que representaba para mí la sublime experiencia de ir con mi familia al teatro. A ese, el imponente recinto que fue inaugurado el 25 de junio de 1982 y que, en su honor, adoptó el nombre de una de las mujeres más destacadas en la historia artística y cultural de Barranquilla: Amira de la Rosa.
El alfombrado rojo, las paredes de madera, los barrotes dorados, las escaleras amplias que se abrían en la nave central y el aire con olor a arte que ahí se respiraba están sembrados en mis memorias de niña como uno de los más preciados recuerdos. Allí conocí de cerca a uno de los amores más grandes de mi vida: el violín. Allí también vi por primera vez en vivo y en directo un piano de cola siendo interpretado por un músicos, para mí, ángeles humanos. Allí fui feliz riéndome en silencio, con las miradas cómplices de mis padres y de mi hermana, mientras veíamos a esos adultos mayores que eran arropados por los brazos de Morfeo mientras en la atmósfera se desplazaba la magia de las sinfonías.
Desde julio de 2016, el Banco de la República, que asumió su administración y mantenimiento por noventainueve años, decidió cerrar el teatro porque el estudio técnico integral concluyó que varios de los componentes del inmueble “estarían llegando al límite de su vida útil”; que “no contaba con un diseño sismorresistente acorde con las exigencias actuales”, y que “la carbonatación y corrosión de algunos elementos estructurales incrementaban su vulnerabilidad”.
En síntesis: el teatro, aun siendo tan útil, no servía para nada. Pero este 23 de mayo, la luz definitiva apareció. Con la entrada en vigencia de los permisos para comenzar las obras de intervención del Teatro Amira de la Rosa, Barranquilla tiene ahora la certeza de que el icónico recinto volverá a vivir. La nueva vida del Amira, como lo fue en la antigua Grecia la aparición de la figura del teatro —entre los siglos V y VI (A. de C.)—, revestirá a la capital del Atlántico de gala. «Tenemos arte para no morir de la verdad», dijo F. Nietzsche. Qué dicha poder decir hoy que tendremos teatro para que absorbamos el arte, mas no solo la realidad.
@catalinarojano