Para vivir el sueño americano, miles de migrantes de diversas latitudes atraviesan una pesadilla con olor a selva entre escabrosos caminos de lodo. La realidad que viven estas personas es el resultado de la falta de políticas económicas sólidas que provean a los ciudadanos de posibilidades de empleo digno; como también es una dolorosa consecuencia de la pérdida del sentido de humanidad, reflejada en mandatarios que, viviendo muy lejos del drama que enfrentan los que caminan sobre el fangoso terreno del Tapón del Darién, no le dan importancia a lo que ocurre en ese inhóspito y peligroso tramo que enlaza a la América del Sur con la América Central.

La diáspora de familias enteras provenientes de países como Venezuela, Ecuador, Haití, India, China y Afganistán ─entre otros─ es el vivo retrato de la desesperación. ¿Emprendería usted una travesía por la espesa selva en la que entre enero de 2018 y junio de 2023 han muerto o desaparecido al menos 258 personas? La respuesta a esta pregunta, viniendo de cualquier privilegiado, es apenas obvia. A quienes se suman al tortuoso reto de atravesar el Darién no les importa el peligro. Porque estas personas, entre las cuales hay cientos que cargan en brazos a sus pequeños niños mientras se defienden como pueden de un entorno que no está preparado para ser recorrido por nadie, son sobrevivientes de una dura situación que los une en torno a un objetivo común: salir adelante.

Detrás del dinero que pagan los migrantes por cada uno de los servicios que ofrecen quienes han montado todo un supernegocio ─más que lucrativo─ en Necoclí (Urabá antioqueño), están políticos y líderes locales de la zona que hoy llenan sus bolsillos de decenas de millones de dólares, según lo informa The New York Times en un reciente trabajo periodístico que, con imágenes captadas por la mirada aguda del fotógrafo y documentalista colombiano Federico Ríos Escobar, expone la crudeza de una problemática que parece hacerse cada vez más grande. La mayoría que se le mide a ese descomunal desafío conoce los riesgos que implica el adentrarse en la selva lluviosa amén de llegar a Panamá y estar un poco más cerca de su meta final: Estados Unidos de América (EE. UU.).

El boleto de ‘entrada’ a EE. UU. tiene un costo altísimo para los errantes desesperados que sumergen sus sueños en el lodo del Darién. Sus historias de vida, reflejo de su padecimiento, deben ser suficientes para que los gobernantes asuman su responsabilidad en un drama que trasciende los límites de lo humano.