Si es la edad lo que nos define, ¿dónde queda la vida misma? La noticia del suicidio de Cheslie Kryst, quien fuera Miss Estados Unidos en 2019, es un triste recordatorio de que lo esencial en este mundo de múltiples caras no es propiamente la majestuosidad con que se publicitan productos de belleza o con que las redes sociales nos invitan a exponer nuestra cotidianidad con una inocencia casi absurda. Nada de eso es importante. Todo ello es un espejismo peligroso disfrazado de perfección.

Vivimos expuestos a las exigencias de unos contra otros. Digo “contra” porque no hay nada más complejo que escuchar, entender y asumir la dictadura del deber ser frente a la opción natural de elegir por voluntad propia. He conocido ya muchas historias de personas cercanas que nunca fueron vistas como lo suficientemente “buenas” o “virtuosas”, precisamente porque nunca hicieron al pie de la letra lo que infructuosamente fueron llamadas a hacer. Me pregunto, ¿debemos acaso enajenarnos para ser considerados buenos y virtuosos?

Qué amarga se hace la vida cuando solo se confía en el sometimiento consciente como el único camino que conduce a la felicidad o al éxito. Desde el principio de los tiempos, según narra la Biblia, Adán y Eva fueron presas de su propio pecado; y nos hicieron víctimas al resto de los mortales por el simple hecho de hacer parte de una construcción fallida llamada paraíso que, solo si nos portamos bien aquí, podremos disfrutar una vez muramos. En la actualidad existen otros paradigmas de infierno y paraíso que nos obligan a ser o, al menos, parecer para escalar cada vez más alto y alcanzar metas que muchas veces ni siquiera son nuestras.  

A sus 28 años, Cheslie hizo historia en su país al ser la candidata de mayor edad en coronarse como Miss EE. UU.; lo que para muchos fue inaceptable por no ser lo suficientemente joven para merecer dicho título. En un ensayo escrito poco antes de cumplir sus 30 años, la también abogada y presentadora de televisión expresó que «demasiados de nosotros nos permitimos ser medidos por un estándar que algunos se niegan severamente a desafiar y otros simplemente aceptan porque encajar e ir con la corriente es más fácil que remar contra esta».

Cheslie Kryst no solo era una mujer hermosa. Era una mujer inteligente y sensible que entendía la vida como un severo campo minado por las innumerables presiones impuestas por las masas. La mujer que se lanzó desde el noveno piso del edificio donde residía en Nueva York se hastió de la presión permanente y desgastante de obtener logros para mantenerse vigente y ser valiosa. Mientras se acercaba a sus treinta veía los logros anteriores como un peso sobre su espalda que le producía “vértigo por sentar las bases para más”. Porque siempre pensamos en más... ¿Eres buena(o)? Debes ser mejor. ¿Tienes un título? Debes ir por más. ¿Eres bella(o)? Debes serlo aún más.

«Cumplir 30 se siente como un frío recordatorio de que me estoy quedando sin tiempo para ser importante ante los ojos de la sociedad», escribió quien, víctima de la depresión y de la presión social, se lanzó al vacío. ¿Cuántos casos más como este necesitamos para convencernos de que cada quien debe marcar el ritmo de su propia existencia?

@cataredacta