Tras la puesta en marcha de la nueva medida de pico y placa todo el día en la capital del país, y la respuesta negativa de la ciudadanía frente a esta, la alcaldesa de Bogotá resolvió decirle a todo el que se queje de que solo podrá usar el carro ocho meses (pagando impuestos durante todo el año) que «los impuestos son por tener carro», y propuso una absurda solución: «Lo invito a que lo venda». Si la vida entera se rigiera por esa lógica de Claudia López, probablemente, nada en el mundo tendría razón de ser.
Más allá de la discusión sobre el asunto de movilidad y de contaminación en esa ciudad en la que el 20 % de su población posee los vehículos que causan congestión vial y cargan de dióxido de carbono la atmósfera capitalina, la invitación de la alcaldesa a vender el carro representa una forma individualista de entender un problema meramente social. Me pregunto cómo sería todo si resolviéramos ‘vender’ cada problema que tuviéramos; lo cual es lo mismo que salir corriendo y alejarse lo más que se pueda de todo aquello que deba ser atendido o solucionado.
Desde esa óptica, tendríamos que aprender a ‘vender’ todas las cosas que representen un problema, las cuales en su gran mayoría no son cosas. Por ejemplo, los hijos, las aspiraciones, las inconformidades, las enfermedades y hasta la vida misma, cada vez que se ponga pesada. ¿Qué es un problema? Según lo define el Diccionario de la lengua española, es una cuestión que se trata de aclarar. Y, ¿en qué otro asunto consiste la vida más que en tratar de resolver dudas y dificultades?
De esa naturaleza venimos y hacia la misma vamos. Ante cada inquietud que supone un problema, la misión no es otra más que plantear preguntas y buscar respuestas. Somos el resultado de millones de problemas planteados y millones de problemas resueltos. De ahí que el desatinado razonamiento de la alcaldesa resulte tan antipático, y se aleje tanto del sentido que como funcionaria pública debería tener, abierta a la concertación y a la resolución de conflictos, en vez de señalar y culpabilizar a los ciudadanos como la raíz del problema.
No es posible entender la sociedad y sus múltiples incógnitas desde el individualismo, un instrumento ideológico que sirve precisamente a quienes no tienen el problema. Quienes piensan de forma individualista, aun cuando quieran mostrar que trabajan por y para la colectividad, son los mismos que conciben la pobreza como una decisión en la que sencillamente se elige si se quiere o no ser pobre. “El que es pobre lo es porque quiere”, dicen; en contraste, otra forma de ver la misma realidad podría ser “hay pobres porque hay ricos”.
Los problemas sociales, rurales y urbanos no pueden ser vendidos, permutados, ni desaparecidos de un solo tajo. Proponerle a la gente que venda su carro para evitar los trancones y los impuestos es una forma de decir “resuelva usted solo”, es una muestra de insensibilidad personal y social. Si los problemas se pudieran vender, ¿cuál sería el sentido de la vida?
@cataredacta