Para ser humano no basta con ser hombre... Pienso eso luego de ver un video perturbador en el que un hombre (lo llamaré así, aunque parece no serlo) patea desmedidamente a un pequeño perro schnauzer cuyo único pecado fue morder al agresor mientras este le saludaba. ¿Quién es el animal aquí?: ¿el perro que fue maltratado cuando efusivamente respondía a la llegada de ese individuo que dice “amar” a los perros, o el homo non sapiens que hoy se defiende del repudio público afirmando que “el perro está en perfectas condiciones” porque él no le pegó “tan duro”?
Todo humano es un animal más. Somos animales pertenecientes al género homo (hombre) y a la especie sapiens (sabio). Y si hay algo que nos distancia y que al tiempo debería acercarnos a otras especies es el ser racionales. Entonces me pregunto qué tan sabia puede considerarse una persona que, creyéndose más fuerte, se ensaña con crueldad contra un ser que bien sabe responder a ese lenguaje que todo lo engrandece, que todo lo trasciende: el amor.
Vivir pensando que valemos más que los animales no es sino una penosa muestra de falta de raciocinio. Y en ese mismo sentido, asumir que tenemos prioridad por encima de ellos y que eso nos da potestad para tratarlos peor que a una cosa inerte es un claro asomo de nuestro pasado más primitivo. Con los orangutanes, los gorilas y los chimpancés compartimos esos orígenes y, en cierto modo, de ellos venimos. Somos tan animales como ellos, y no porque tengamos la capacidad de darles nombre estamos facultados para agredirlos.
En el video en cuestión aparecen dos perros y dos hombres. Mientras uno de los perros es agredido, el otro se mueve de un lado a otro y ladra en defensa de su semejante. Mientras uno de los hombres agrede con encono al alegre schnauzer gris que segundos antes celebraba su arribo, el otro simplemente observa el espantoso hecho con inaudita indiferencia. ¿Dónde está lo humano?, ¿dónde lo racional?, ¿dónde lo sensible?
Cada vez son más las personas que levantan su voz para defender a “los que no tienen voz”. Sin embargo, siguen siendo muchos los que al parecer no piensan ni sienten, sino que se limitan a creer que tienen el poder de hacer lo que se les antoje con aquellos seres que braman, ladran, pían, gruñen, rugen o maúllan, y que en su particular forma de expresión, más que algo, suelen decirnos mucho.
Esa mañana en la que desperté preocupada por Ricky, lo primero que hice fue llamar a mi mamá. Al preguntarle por el french poodle blanquito que nos acompañó en casa por casi 18 años, mi mamá, quien lo había cuidado en sus días más difíciles, igual que en los más tranquilos y felices, me dijo que él estaba «bien, ya dormido». Unos cuantos segundos después pude entender lo que su respuesta significaba. Y mi corazón se quebró entonces para decirle adiós a un gran amigo, al mejor compañero.
Él viene ahora a mi memoria. Porque en él y en su infinita nobleza pienso siempre que veo noticias sobre maltrato animal que me avergüenzan del ser humano, o de lo que se entiende por ello. Y ahora también pienso en Diógenes el Cínico, quien alguna vez dijo: «Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro».
@cataredacta