Cuando se tiene el deseo de conocer nuevas perspectivas, hay que comenzar por vencer viejas resistencias. Pero esto exige voluntad y disposición al cambio. Se requiere de un espíritu proclive a la libertad, y de apertura mental. A veces es preciso desgarrarse el corazón para arrancar convicciones que han permanecido en él por años; atravesar por caminos pedregosos, abandonar la zona de confort para adentrarse en territorios que prometan horizontes diferentes. Es un ejercicio que bien podría ser aplicado en torno a los movimientos realizados en la vida cotidiana, porque, al cabo de evaluar los desplazamientos que hace un individuo regularmente, quedaríamos sorprendidos de saber a qué minúsculo entorno este ha quedado reducido. Sin duda la incertidumbre que suscita lo desconocido apacigua el natural instinto de exploración y es, por tanto, una renuncia a la fortuna de ensanchar eventualmente el horizonte propio.

Con ese propósito, y de vuelta a “la ciudad de la furia”, optamos por alejarnos esta vez de los espacios emblemáticos de la cotidianidad porteña. No de “las ávidas calles,/incómodas de turba y de ajetreo,/sino las calles desganadas del barrio,/casi invisibles de habituales,/enternecidas de penumbra y de ocaso” que describiera Borges en Fervor de Buenos Aires. Dispusimos dejar atrás aquellos sitios patrimoniales que monopolizan los regresos, y lo hicimos con objeto de internarnos en la Patagonia austral, de encontrar nuevas perspectivas en las vastas extensiones donde imperan soledades y silencios. En efecto, aventurarse a conocer lo que, por ajeno resulta amenazador, es un verdadero reto, sin embargo, tanto el cuerpo como el alma comienzan a reinventarse, y, con suerte, aparecerá el asombro del aprendizaje.

En Chubut, enclavada en los parajes patagónicos y mirando al mar argentino, está la Península Valdéz. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1999, sus 3625 Km de superficie son naturaleza pura donde conviven en armonía flora y fauna continental, costera y marina. Allí, en Puerto Pirámides, hay avistamiento de la ballena franca austral en sus rituales de apareamiento, un fenómeno anual en que la hembra rodeada hasta por seis machos se coloca boca arriba evitando el apareamiento, hasta el momento en que los machos consiguen darle la vuelta sin que importe cuál será el primero en copular. Después, lo harán sucesivamente uno tras otro en profunda cooperación y en beneficio de la especie. Paradójicamente, frente a esa demostración de altruismo biológico llegó la noticia de que en Colombia la guerrilla se rearmaba, atizada de inmediato por discursos delirantes propios de la especie humana. Un enorme desatino de Márquez y sus secuaces, que no por ello justifica tumbar el proceso de paz. Por tal razón, lo invito lector a no dejarse mangonear por sugestiones, a no perder la libertad de abrirse a nuevas perspectivas y continuar trabajando en pos de un beneficio que es común.

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