En el célebre discurso pronunciado el 15 de febrero de 1819 por el general Simón Bolívar en la instalación del Congreso de Angostura, el libertador sentaría las bases de la creación de la Gran Colombia que luego quedarían consignadas en la Ley Fundamental de ese país naciente formado por Venezuela y la Nueva Granada. Un discurso que Bolívar finaliza exhortando a los legisladores a consolidar “un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que haga triunfar, bajo el imperio de leyes inexorables, la igualdad y la libertad.”
No obstante en todos los héroes la imaginación es una cualidad imprescindible para la conquista de grandes gestas, si el libertador pudiera ver, pasados dos siglos, en lo que se transformaron sus ideales, quizá tendría la convicción de que, en cuanto a entusiasmo, se le fue la mano. Que la vasta región por cuyo futuro se sintió arrebatado de “admiración y pasmo” nunca estará –o al menos no por ahora- como dijera entonces “en el corazón del universo”. Ahora bien, aunque en el contexto de la época tiene un valor excepcional que por más de veinte años el esfuerzo de un hombre condujera a la liberación de América del dominio español, desde la perspectiva actual pudiera decirse que nada en esta región era tan ilusorio como la descripción futura que hiciera de ella Bolívar en el Discurso de Angostura. “Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno.” Quizá si ese Bolívar soñador hubiera podido vislumbrar las circunstancias actuales, habría sido enormemente más discreto refiriéndose al futuro de Venezuela, o de la Nueva Granada.
Porque es claro que en el caso de la que es hoy nuestra Colombia, la constitución de un gobierno justo, moral, que anteponga la paz, la libertad y la justicia social a otros intereses, parece ser, por el contrario, una empresa fracasada bajo el mando de sucesivos presidentes. Y es que la increíble y triste historia que hay detrás de algunos exgobernantes supera cualquier ficción; en consecuencia, y para poder digerir eventos tan anormales, el país se acostumbró a volverlos chiste. Basta revisar la historia de décadas anteriores cuando -presionados además por los intereses de distintos actores violentos que desmantelaron paulatinamente la estructura ética gubernamental-, las malas mañas, las sandeces, los delirios y el cinismo acabaron con el honor que supone un mandatario, hasta el punto que hoy en día la figura presidencial es una caricatura en la que poco confían los ciudadanos. Después de tantos desengaños, el primer llamado a rendir indagatoria que la Corte Suprema de Justicia hace a un expresidente, es quizá una buena señal de una Colombia distinta.
berthicaramos@gmail.com