Hace ya 2 años que me compré una bicicleta de ruta y he comenzado a pedalear por todas partes. Confieso que sigo con fiebre. En los caminos colombianos me he encontrado con mucha gente pedaleando, más de lo que creía. Está de moda el ocio gracias a los últimos logros de nuestros deportistas nacionales en las vueltas europeas. He notado, con cierta gracia, que es el deporte por antonomasia de los treintañeros y cuarentones. Como yo ya entré a ese club generacional, ya me interesa más madrugar los fines de semana y subir una loma que ir a rumbear hasta la madrugada con los amigos. Me ha causado también risa poder observar que en el mundo del ciclismo es culturalmente aceptado mirar y comparar con morbo las bicicletas de los otros (casi como una adicción). Algo también destacable es la tangible solidaridad entre los ciclistas ante la agresividad de muchos conductores de carros, buses o mulas.
En general, muchas cosas me han sorprendido de esta nueva afición: desde la posibilidad de conocer más los paisajes por donde uno pedalea, pasando por vivir con más ahínco la cultura de la calle de este país, donde los vendedores ambulantes y los camioneros mandan y los gritos y pitos son permanentes, hasta observar cómo la vida de los pueblos y veredas se han ido volcando hacia las carreteras que los atraviesa, dejando atrás las plazas hispanas como el centro neurálgico de las urbes.
Incluso he podido percatarme que la bicicleta es muy parecida a la política colombiana. En lo plano, hay que tomarle la rueda al que más energía tiene para así esconderse de la resistencia del aire y succionar todo lo que uno puede de este. El ciclismo obedece mucho a la ley del mínimo esfuerzo: la de ubicarse en el pelotón, esconderse allí, como si fuese una lista electoral cerrada, hacerse el pendejo sin tomar relevo en la delantera hasta esperar una escapada o una dificultad en la ruta que rompa el orden. Cuando la carretera se empina, hay que saber sufrir en silencio, aguantar hasta la cima y solo escaparse si hay suficiente certeza en cuanto a sus capacidades.
Anécdota de ciclista: hace poco tuve la oportunidad de subir a Pueblo Bello, Cesar. Bella trepada a la Sierra Nevada de Santa Marta desde su costado suroriental que por estos días anda inundada de verde por las lluvias de invierno. Es una subida espinosa de aproximadamente 30 km, con un desnivel de casi 1200 metros desde la carretera Bosconia-Valledupar. El tramo de los últimos 9 km llamado Puente-QuitaFrío tiene una inclinación promedio de 7.5% y los últimos 500 metros son terriblemente difíciles con una inclinación promedio de más de 10%; así que toca llegar bien entrenado. En el recorrido bien asfaltado, aunque la carretera es bastante estrecha, la naturaleza cambia constantemente, desde las sábanas fértiles del Zanjón, pasando por asentamientos indígenas Arhuacos, hasta llegar a los montañosos cultivos de café. Escalar hasta estas altas estribaciones a fuerza de pedaleo no tiene comparación y tiene como recompensa poder llegar a un clima agradablemente templado y admirar a la Sierra del Perijá desde la Sierra Nevada.
@QuinteroOlmos