Vivimos en la época de la banalización y de la comunicación extrema de lo trivial. El marketing ha sustituido el fondo, la visibilidad ha sustituido la trascendencia, la narración ha sustituido la historia. Las nuevas generaciones ya no leen sino frases cortas y emoticones y le tienen pavor a opinar por fuera de lo políticamente correcto. La irreverencia y la espontaneidad sólo aparecen si están previamente formateadas y con los respectivos filtros. La pasión y el ímpetu se callan y son reemplazados por la estrategia de la imagen egocéntrica que quiero dar de mí mismo. Lo que se muestra es lo que se aparenta y la persona se esconde detrás de cuentas en redes sociales con verdades y mentiras a medias. Es la cultura de la apología al maquillado retrato y a la inmediatez mediática que pone al individuo no a reflejar lo que es sino a mostrar lo que quiere fingir que no es. Y lo peor es que es apenas el inicio de este mundo ficticio-real. Sólo éste se podrá materializar completamente en lo que Facebook ya intuyó comercialmente como el metaverse, esto es, cuando la tecnología nos permita integrar al mundo físico elementos de virtualidad y viceversa lo contrario. Existirá entonces una plena combinación de múltiples plataformas virtuales tridimensionales, compartidas y vinculadas por sus usuarios a una realidad física y social y en el cual se creará un mundo espacial semi-virtual o semi-presencial. Verdaderamente asustador ya que tendremos que saber controlar diferentes alcances de realidades.

Por otro lado, vivimos en una época donde el individuo consigue gratis y en pocos segundos lo que antes requería toda una vida para obtenerse. Aparento, luego existo, diría Descartes en estos tiempos de influencers con fama pero sin méritos y de startups unicornios con capital pero sin un solo trimestre de ganancias. No es que los tiempos de atrás fuesen mejores, en lo más mínimo, es que hoy los resultados -sean estos sociales o económicos- no se construyen sobre cosas tangibles y esto tiene el inconveniente que a veces las sociedades e individuos pierdan pie.

El poder político no es ajeno a este fenómeno de permanente espectáculo e inmediatez. Entendamos también que los nuevos políticos pertenecen a la nueva generación del individuo rey (l’enfant roi), que sólo fueron educados con la satisfacción veloz de su deseo individual y con poca tolerancia a las frustraciones. De esta manera, el objetivo del nuevo gobernante de este siglo no es tangiblemente realizar las obras, sino saber mostrarlas mediáticamente con eficiencia. Por ejemplo, para la construcción de una carretera de 100 kilómetros de longitud, el gobernante inaugurará 10 veces la misma con cada trozo de 10 kilómetros terminado; la exigencia de la inmediatez mediática (la de rellenar el espacio de los titulares) no da espera para que se termine en su totalidad la vía para su estreno. Cada tanto la cinta roja se corta, hay discursos, himno nacional, transmisión en vivo y fotos para las redes sociales y el ciudadano vive en espejismo de la realidad, pero en sintonía con la virtualidad que le quieren mostrar.

@QuinterOlmos