El covid-19 está sacando a la luz las costuras de todo lo que está mal hecho. Lo primero que salta a la vista es la falta de un líder mundial. China se está convirtiendo en el país más odiado; de la Comunidad Europea hay quienes afirman que hoy, de hecho, ya no existe y; en su interés por la reelección, Trump ha abandonado el liderazgo mundial y se ha conformado con peleitas internas con gobernadores y científicos.

Trump está otra vez en el ojo del huracán por la falta de estrategias ante la crisis de salud originada por el covid-19. Aun así, en EEUU su popularidad ha crecido al 49% justo cuando han pasado a ser el país con más contagiados. ¿Cómo se explica esto? De un lado, por la polarización. Él gana cuando hay pelea de por medio, y sus mayores rivales son hoy el gobernador y el alcalde de NY, ambos demócratas. Por el otro, porque vende el sueño de la esperanza económica antes que el de la salud (dinero antes que vida) y para el “sueño americano” la plata es lo más importante.

Como cortina de humo, intenta ahora echar mano de Venezuela. Ojalá caiga Maduro. Sin embargo, creo que el gran perdedor será el pueblo venezolano. Es probable que haya quienes, en Colombia, estén salivando con la sola idea de arrastrar al país hasta esa vaca loca a pesar de que los cambios sociales que se están cociendo en el mundo muestran vientos de solidaridad y compasión.

De hecho, casi ni sorprende que estén es esta tónica viejos aliados del uribismo, como Abelardito y el patriota. Un tuit de este último dice: “El punto de encuentro entre derecha e izquierda ya fue bautizado como COVID19. Adiós a la politiquería y bienvenida la humanidad. Ojalá todos lo entiendan”. El virus no está enseñando una nueva forma de vernos en la que lo único que importa es la vida. Vivimos hoy el día a día, como un corresponsal de guerra que sale a buscar la noticia entre trincheras sabiendo que quizá nunca regrese.

Basta ver cómo hemos aprendido a confiar en medio de la desconfianza: como el soldado en la batalla que le confía su vida a sus compañeros. La gente confía hoy más en su familia, en los amigos, en los trabajadores de la salud y hasta en el gobierno al que hasta hace nada criticábamos. De modo que, si un político antepone sus intereses personales -como anclarse en el discurso del odio, de la polarización y la guerra-, no sólo deja clara su desconexión con la realidad, sino que subestima la factura que le pasará el pueblo más adelante.

¿Acaso así lo sabe Uribe y por eso está tan silencioso? ¿O acaso el expresidente, reflexionando en la soledad de su casa, ha entendido que luego de este encerramiento el mundo ya no será lo que fue? Que no le pase lo de Trump, que por conformarse con peleítas internas ha hecho a un lado la oportunidad de grandeza. En el caso de Uribe, de unir al país en torno a causas comunes del país.

PD. Gracias a la invitación de Ernesto McCausland, conservé por once años este espacio semanal al cual la vida me obliga hoy a renunciar por enfrentarme a nuevos retos laborales. Conservo la ilusión de retomar este espacio cuando de nuevo pueda hacerlo. Mil gracias a los directivos del periódico, a los funcionarios con los que tuve permanente contacto y a los lectores que me acompañaron durante estos años.

@sanchezbaute