Así se llama mi nuevo libro, que esta semana se va finalmente a imprenta luego de varios años de dura brega. Lo comencé a escribir la década pasada, pero lo cerré en más de una ocasión. La última vez estuvo archivado por más de cuatro años hasta que sucedió un hecho que, en principio, no guardaba ninguna relación con él.

Como la mayoría de colombianos, supe de la existencia de Sergio Urrego el día que murió. Meses atrás yo había cerrado “definitivamente” mi cuenta de Facebook, pero ese día fue mi válvula de escape para gritar toda la rabia que me produjo su muerte. ¿Por qué? Como Sergio, yo también fui víctima del matoneo escolar. Como él, yo también contemplé el suicidio. Su razón y la mía eran la misma. De modo que la manera como murió fue, de alguna forma, igual a como pudo ser la mía a su edad.

La literatura obra de maneras sospechosas. Hay historias a las que siempre les he sacado el cuerpo por dolorosas, por no querer roer en mi pasado. Hubiera querido seguir escribiendo sobre temas de interés nacional, como hice en Líbranos del bien o en Leandro, pero algo dentro de mí me exigió arrancarme ese pellejito junto a la uña que dolía y sangraba. La literatura no cumple función alguna, lo sé, pero, al menos en mi caso, la necesito para expresarme y, por supuesto, para vivir.

Parábola del salmón es un texto de casi quinientas páginas que, una vez escrito -y por una decisión conjunta tomada con mi editor, Valentín Ortiz, y con la editorial que lo publica, Rey Naranjo-, dividí en dos partes para seguir el ejemplo del salmón, ese pez que cada año hace un viaje de ida y vuelta. No en vano, la historia global de este libro está contada, con un registro completamente diferente al de mis libros anteriores, a lo largo de ocho capítulos y cada uno de ellos es, a su vez, la historia de un viaje.

Este primer tomo se llama, justamente, Ida y recorre, en su orden, las calles de Barcelona, Río de Janeiro, São Paulo y Buenos Aires. Luego vendrán Praga, Lisboa, Berlín y Estambul.

Es un texto honesto, crudo, doloroso y espiritual que fue hecho con las tripas. Está escrito en primera persona de esa forma que algunos etiquetan como autoficción, pero a lo que prefiero referirme como un “yo exagerado”. Narra la historia de un personaje marginal al que le he cedido partes de mi biografía, como los quince años que viví en Valledupar (el jueves cumplí casualmente cuarenta en Bogotá), mis inicios en la lectura y la escritura, mis tormentas internas, mi soledad. Todo eso sazonado con la fábula de un adicto al éxtasis que lleva una vida sexual desordenada, pero que en el fondo no es más que un miedo cerval a la vida, que un profundo vacío existencial.

Es el séptimo libro que publico desde mi primera novela, en 2002. Le tengo mucho cariño por cuenta de las lágrimas, el sudor y las canas que me sacó. Sé que saldrá adelante por sí mismo, pero eso no me evita sentir el miedo escénico que desde ya comienzo a padecer. Lo bueno es saber que inicié el año cerrando puertas y que ahora puedo dedicarme tranquilo a abrir ventanas.

@sanchezbaute