Empezaron por fin los Olímpicos de Tokio. Un año de ilusiones y emociones atrasadas, escondidas y enclaustradas se dejan ver en los ojos brillantes de los atletas, ya sea por el éxtasis de la victoria o por las lágrimas contenidas de la derrota. Al difícil momento de una inauguración sin público se superponen otros mejores gracias a las iniciales hazañas de deportistas como la jovencita Momiji Nishiya y su oro en el debut del skateboarding como deporte olímpico; o la de Ana Kiesenhofer, impensada campeona del ciclismo en ruta luego de que sus competidoras no se enteraran de su temprana fuga; o la de Oksana Chusovitina, gimnasta que a sus 46 años completó 8 participaciones en las justas. Y ni qué decir del enorme ciclista ecuatoriano Richard Carapaz y su oro, o la medalla de plata para Colombia del pesista Luis Javier Mosquera luego de todas las penurias que pasó junto con sus compañeros para conseguir los recursos necesarios para su desplazamiento. Eso sí, a la hora del tuitear por el orgullo patrio muchos avivatos corrieron a ser los primeros. Bien hizo Carapaz al decir que su medalla es de él y no de un país que poco o nada le apoyó. Medalla de oro en sinceridad e incorrección política también se merece. Mejor esa que ir por la vida pasando de agache.
Estas emociones y triunfos contrastan con el dolor y la estupefacción que despertaron los suicidios con pocos días de diferencia de 3 futbolistas uruguayos, todos aquejados por profundas depresiones y momentos bajos en sus carreras. Lo de Williams Martínez, Santiago García y Emiliano Cabrera dista mucho de ser una coincidencia. Las presiones a las que se ven sometidos los deportistas profesionales sobrepasan muchas veces su capacidad de procesamiento. Las mieles de la gloria duran poco, pero acostumbran mal, y cuando las hieles reclaman su rato en la cancha no se sabe cómo lidiar con ellas. Del cuerpo del atleta se preocupan propios y extraños, de la mente o del alma casi nadie.
Señalar culpables es fácil. Asumir la culpa no tanto. A los deportistas los cargamos con nuestras propias falencias, yunques patrioteros y una imaginada sensación de superioridad. Todos desde afuera creemos patear mejor, pedalear mejor, correr mejor, batear mejor. Todos sabemos más que el técnico, todos tenemos la razón, y todos ellos pasan con enorme rapidez de monstruos envidiables a paquetes inservibles. Me apropio del título de la película de Manuel Summers. Todos ellos son nuestros “Juguetes rotos”.
De oro y latón está hecha la vida. Detrás de cada triunfo y detrás de cada derrota se esconden similares historias de esfuerzo, lucha, superación o búsqueda. No todas tienen el mismo final, pero todas merecen respeto. Mucho de perverso tienen todos los intereses que rodean eso que llaman la industria del deporte si no nos conmueve lo de los futbolistas uruguayos y no nos moviliza el reclamo de Carapaz o el esfuerzo de Mosquera.
Nos ponemos la de oro cuando conviene. Ni eso tapa la de latón que llevamos casi siempre.
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@alfredosabbagh