La realidad colombiana es mala para la salud mental. En una sola semana podemos pasar por episodios de indignación, rabia, tristeza, inconformidad, sátira, burla y hasta por algunos de alegría que se alcanzan a colar de vez en cuando, aunque cada vez menos. Lo peor de todo, porque todo puede ser peor, es que como sociedad estamos adoptando con triste celeridad una actitud desprendida y ataráxica que disimulamos con dos días de trending topic para luego volver al mismo marasmo que sostiene desde hace décadas a los mismos que sabemos.

Cualquier sociedad medio decente y regida por un mínimo lógico de principios de sana convivencia habría censurado y forzado la renuncia de un impresentable ministro de Defensa que justifica un bombardeo sobre niños llamándolos “máquinas de guerra”. La revictimización de unos niños a los que el mismo Estado que hoy los acusa no fue capaz de brindarles garantías y oportunidades suficientes es, por lo menos, abominable. En Colombia llevamos años matando niños en una guerra alimentada por el negocio del narcotráfico, mismo que se acabaría con una regulación a la que se oponen tercamente los que viven del negocio y los que viven en el poder auspiciados por ese mismo negocio. Cambiamos el asumir la culpa que nos toca por una maniquea discusión acerca de los alcances retóricos de las palabras del indigno ministro, a quien rapidito se le olvidó lo que defendía cuando era director del ICBF. El chiste se contaría solo en otro país. Aquí no es chiste.

Por ahí mismo sale la alcaldesa de Bogotá con un destemplado discurso sucio con tintes de xenofobia contra la migración venezolana. Otra vez rapidito se nos olvidaron las prevenciones que el pasaporte colombiano generaba y aún lo hace en buena parte del mundo, y rapidito también se olvidaron las décadas en las que la economía y la hospitalidad venezolana les permitieron prosperar a muchos migrantes colombianos. La inseguridad en las calles de ciudades y pueblos del país se nutre de un coctel compuesto por desigualdades y la falta de acción de la justicia. Allí nada importa la nacionalidad.

Seguimos avanzando y nos encontramos con la foto de tres exalcaldes discutiendo a manteles la posibilidad de unirse con miras a las elecciones del 2022. No hablan, no ven, no oyen, no contestan preguntas, no toman partido, no se pronuncian sobre temas de coyuntura, no aclaran los procesos que tienen abiertos, no se desmarcan de las malas compañías, no desmienten apoyos nocivos. Nada. Es una foto de la nada, aplaudida por el comité de áulicos y las bodeguitas de siempre. Lo fregado es que todos sabemos que esa nada terminará ganando algo.

Y como cereza del pastel, el parlante del oficialismo publica que el capataz de esta finca resultó emparentado con un faraón egipcio y dos reyes europeos. O el grado de idolatría al que quieren llevar el personaje superó cualquier límite de pudorosa ridiculez, o es una nueva cortina de humo, o las dos combinadas.

Menos mal que todo puede ser peor…

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@alfredosabbagh