Difícil se torna encontrar palabras que puedan matizar la infamia que tatuada quedará para siempre en la piel curtida de una sociedad que, y a pesar de su historia, se rehúsa a vivir en medio de la injusticia. Lo de Bogotá fue, y hasta todavía es, un golpe de estado perpetrado por la Policía y acolitado por el poder central a la autoridad democráticamente elegida por los habitantes de la capital. Las imágenes que se viralizaron en redes antes que en los medios tradicionales dejaron en evidencia un execrable abuso de la fuerza por parte de un buen número de uniformados, imposible de esconder ante el insultante y pueril eufemismo de “manzanas podridas”. Si esa es la metáfora que los complace, hablen más bien de todo un Corabastos fétido. Difícil también es creer que esa primaria reacción no obedece a un mandato superior, mismo que no da la cara ni la dará. Aquí ponen a pelear a los hijos de otros mientras ellos miran, literalmente, desde el Palacio.
En este desmadre aparecen, como tantas otras veces, ejemplos de aprovechamiento político, premisas falsas rodando en redes, llamados a la mano dura, una absoluta carencia de empatía con el prójimo y la inefable sensación de estar llegando a un punto de no retorno. Y todo pasa sin que el presidente asuma el liderazgo que le corresponde. Posa, pero no hace, escondido detrás del teleprompter y su guardia de acólitos a órdenes del capataz detenido en sus 1300 hectáreas. Una oda a lo fatuo, a lo banal, a lo vacío como la silla que no ocupó en el evento que organizó la alcaldesa López el pasado domingo con la intención de enviar un mensaje a una sociedad civil que lo necesita. Ausencia que hiere, que provoca, que insulta. Dolor que costará perdonar, dolor al que nadie apuesta por el olvido.
Algo se debe hacer: Solicitar veeduría y acompañamiento internacional, insistir por cambios profundos en la estructura y organización de la Policía y demás fuerzas del orden y, muy especialmente, ejercer con seriedad y libertad el derecho al voto cuando toque. Si como sociedad civil no nos hubiéramos acostumbrado a ser permisivos con la corrupción al sufragante (porque eso es lo que pasa cuando se compra o se vende el voto), y si revisáramos a conciencia los programas de gobierno y las hojas de vida de los candidatos antes que sus índices de popularidad y exposición mediática, seguro nos iría mejor. El desligarnos de una de las más importantes de nuestras responsabilidades como ciudadanos abonó el terreno en donde creció la maleza que nos tapa el futuro.
Importante también es no darle cabida a los grupúsculos violentos que se esconden tras las capuchas para sembrar anarquía en lo que pretende ser un justo reclamo. Terminan por hacerle el favor al status quo al alimentar percepciones facilistas y erradas sobre la movilización ciudadana. Rechazarla de raíz es igualmente imperativo.
Septiembre es un mes cargado de historia convulsa. Ojalá lo pasemos pronto y lo mejor posible.
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@alfredosabbagh