“El silencio de otros” es el nombre de un documental español estrenado en el 2018 que cuenta las historias de las víctimas de la dictadura franquista que el paso del tiempo y el cómodo olvido no lograron silenciar. 6 años de rodaje siguiendo a personajes entrañables y sustentados en una rigurosa investigación lo hacen un registro indispensable y una nueva prueba de la importancia del cine, y en general de la imagen en movimiento, como memoria histórica de un determinado momento en el tiempo. No me canso de repetir que el cine materializa la victoria del hombre sobre la muerte.
Del documental, que se puede ver en Netflix, resalto dos cosas: La intención clara de traer al tiempo presente lo que ya se conjuga en pasado, y el respeto por la palabra. Un ejemplo se puede encontrar en una escena en la que una de las víctimas se planta frente a un edificio en Madrid y nos dice que en el mismo vive quien lo torturó años atrás. La vista del edificio adquiere entonces un significado distinto. El devenir cotidiano de la calle en donde se encuentra se vuelve parte del velo con que se pretende cubrir el horror del pasado. Inefablemente esa escena transporta a la inicial de “Shoah”, la majestuosa y necesaria obra de Claude Lanzmann, con la mirada del sobreviviente de los campos de concentración que nos recuerda que en el campo verde que se ve delante de la cámara se gaseó a miles de prisioneros judíos. La mirada de ambos personajes nos conduce y obliga, para bien, a hacernos una imagen mental de lo que fue; imagen que en todo caso nunca alcanzará al dolor real.
O como María, una anciana que todos los años amarra flores en el guardarraíl de la carretera construida encima de la fosa común donde reposa su madre. Otra vez, la escena nos recuerda a la historia, tal vez mito, de la madre que llevó diariamente flores a la puerta del cine en donde vio a su hijo, muerto en la guerra, en un resumen noticioso de esos que pasaban en la pantalla grande antes de que se inventara la televisión. Esa misma María nos muestra y nos lee con su voz queda, pero no apagada, las decenas de cartas que escribió por mucho tiempo pidiendo noticias y verdades sobre su madre. “Cuando las ranas críen pelo” dice que le respondieron. El mismo documental nos muestra su sepelio y a su hija recoger su lucha para no dejarla olvidar.
En la medida en que como sociedad respetemos la palabra y la memoria, vamos a sanar más rápido. El sucio puede estar debajo de la alfombra y no verse, pero sigue estando allí. Mejor reconocerlo y sacarlo. Mejor hablar. Mejor que a las ranas les salga pelo.
PD: “Dont forget them” es el nombre del documental protagonizado por José Gregorio Polo Cueto, médico costeño voluntario en misiones de la ONU en Kurdistán. Hecho con más cariño y ganas que tecnología, financiado por el mismo doctor y su esposa, ya pasa de la decena de premios y nominaciones en distintos festivales en todo el mundo. Les dejo el link del tráiler:
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@alfredosabbagh