Por darle una definición, podría afirmarse que la tribalización política es la división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables, que chocan por el poder y que, apelando al sentimiento de pertenencia y evadiéndose de razones, se consideran incompatibles con los otros, enemigos por naturaleza, destinados al triunfo unos y la derrota, si no destrucción, los otros. El tribalismo, al ser frontalmente opuesto a toda concepción de la sociedad que asuma la transversalidad, la negociación y la cesión mutua como algo normal, así como al negar cualquier posible posesión de la verdad o de parte de la misma al contrario y al asumir la propia como la única postura no ya racional, sino moralmente aceptable, es contradictorio con la democracia liberal, la cual parte de la aceptación del otro como un rival digno de respeto, no un enemigo, concibe como posible el error propio y el acierto ajeno, y entiende la vida política como un continuo ceder, transigir e incluso renunciar a los objetivos propios o a parte de ellos en pos del acuerdo entre los distintos grupos sociales.

La democracia ve la contradicción como algo tolerable e inevitable en una sociedad compleja, incluso deseable como instrumento del sano choque de ideas que acerque a la comunidad a una verdad más plena. El tribalismo toma cualquier oposición como un ataque inasumible que ha de ser eliminado. La democracia entiende la sociedad como un todo diverso y plural en el que sólo mediante el acuerdo se puede progresar. El tribalismo divide la sociedad en buenos y malos, siendo estos últimos excluídos de la sociedad para convertirse en antagonistas con los que es imposible razonar y que han de ser neutralizados, o incluso exterminados. La democracia es Popper y el liberalismo. El tribalismo es Schmitt y el totalitarismo.

No siendo ni mucho menos algo novedoso, en los últimos tiempos se vive a ambos lados del Atlántico un renacer del tribalismo. Democracias aparentemente consolidadas se fragmentan en bandos, tribus irreconciliables que ven al otro como a un enemigo con el que no es posible negociar, ni llegar a ningún tipo de acuerdo, sino contra el que sólo cabe el enfrentamiento en pos de la victoria propia y la aniquilación ajena. Este tribalismo contemporáneo se desarrolla a ambos lados del espectro político y no es detentado en exclusiva ni por derechas ni por izquierdas. Conduce a una peligrosa polarización de la sociedad y a un abandono del discurso racional que es substituído por el emocional, instintivo y primario propio de la tribu. El destino último es incierto, si bien, cada vez que dinámicas de este estilo se han desarrollado, el final siempre ha sido la violencia y el hundimiento civilizatorio.

Es necesario denunciar estas dinámicas. Desenmascarar a los demagogos que nos enfrentan a unos con otros. Organizar el debate racional y plural. Defender, en definitiva, la democracia de tantos cuantos una vez más han salido de las cavernas para llevarnos a ellas de nuevo.

@alfnardiz