El maestro pregunta una y otra vez a las nuevas personas que se sientan en su mesa. Aunque han acudido a escucharle, es él quien muestra un ávido interés por conocerles y aprender de sus vidas. Todo su ser se abre a las respuestas de los discípulos, a quienes escucha con atención, apertura y acogida. Agradece las respuestas y, con serenidad, anota en su libreta algunas frases que condensan lo que ha escuchado.
Los discípulos, a veces, gambetean las preguntas y manifiestan sus propios interrogantes. Entonces, él, con sabiduría, responde siempre con un esquema claro y coherente, compartiendo alguna experiencia personal que sacia la curiosidad del que pregunta. Esta situación se repite una y otra vez, casi como una liturgia que celebra el aprendizaje.
Me maravilla la actitud del maestro. Estoy acostumbrado a recibir preguntas de personas que no esperan una respuesta y siguen adelante, de personas que creen que lo más importante es hablar y no escuchar, de personas que suponen que solo existe su verdad. Es la batalla del ego, que siempre quiere mostrarse fuerte y superior a los demás, y que por eso casi nunca atiende, pues cree que hacerlo lo haría parecer inferior.
Cuando el maestro se levanta y me dice que se siente conectado con mi vida y mis opciones, lo percibo como sincero, porque sus preguntas y actitud de atención lo han demostrado. El almuerzo termina, y me voy a casa creyendo que esa es la actitud de un gran líder: valorar a las personas con las que trabaja, y demostrarlo prestándoles atención verdadera y concreta.
Es una lástima que algunos hayan supuesto que el liderazgo es un ejercicio de poder y que en el centro de su ejercicio están ellos mismos, creyendo que, desde su conocimiento, deben impartir enseñanzas que los demás deben asumir casi como una imposición. Por eso, no les interesan las necesidades de quienes los siguen o trabajan con ellos; les basta con adquirir recursos que tal vez no gastarán ni en esta ni en otra vida.
El maestro es un líder porque sabe conectar con quienes forman parte de su equipo, porque los valora y está convencido de que puede aprender de ellos. Seguro tiene una visión clara y emocionante que sabe comunicar y justificar con buenos argumentos, y es consciente de los valores que lo impulsan a prestar el servicio de liderazgo. Necesitamos más líderes como él; no podemos seguir llamando líderes a seres egocéntricos que creen que su trabajo es mostrarnos su superioridad en todas las dimensiones y que desean ser alabados por quienes ven como sus áulicos. Necesitamos líderes al servicio de los demás, que proexistan.